miércoles, 2 de mayo de 2007

… Y PALENCIA NOS ABRAZA

ETAPA 15. FRÓMISTA – CARRION DE LOS CONDES

Frómista – Población de Campos – Revenga de Campos – Villarmentero de Campos – Villalcázar de Sirga – Carrión de los Condes.

13 de abril. 19,3 km.

Quedan: 420,2 km.

Hoy nos hemos levantado más tarde, así lo planificamos ayer, La etapa es suave y corta, y nos lo queremos tomar con calma. Al amanecer, el Sol toca diana con su impertinente entrada en nuestra habitación, y la pastosa sequedad de boca nos recuerda la cantidad de vino ingerida anoche, que no su calidad. Ojalá fuera al revés, ojalá la denominación de origen calificada prevaleciera en el despertar sobre la condición simplemente alcohólica del brebaje, pero no, así es la Ley del Vino.

Bajamos a desayunar a las nueve, allí está Vidal el manchego, con su café con leche, y están también los de la RAI, y la jefa del equipo nos regala unos ponchos de lluvia con logotipo de tan singular corporación mediática, gracias. Casi nos sentimos un poco indígenas, conquistados y civilizados, a pesar de tan desinteresado detalle, y este pensamiento es la primera sonrisa del día. Ya teníamos capa, pero nos parece feo rechazar el presente, así que, al salir, dejamos las prendas impermeables en el albergue de la localidad, algún servicio harán a quienes las necesiten.

Estamos ahora frente a la Iglesia de San Martín, y la luz de la mañana garantiza buenas fotos, que nos hacemos. Enseguida emprendemos el caminar de hoy, tranquilo, pausado y paseado, charlando, nos cuenta Vidal el oficio de bodeguero, que ejerce en La Mancha, y nos cuenta también las cosas del campo, “mira, eso es remolacha, la están fumigando”, “allí, cereal”, “más acá, patatas”, y esto y lo otro, y yo, que tengo alma de campesino, pues como que me siento la mar de bien escuchándole y preguntándole como un párvulo en una granja escuela. ¿Será que tengo el día “telúrico”?

Pasamos Población de Campos y Revenga de Campos, por la variante de Villovieco, que discurre junto al río Ucieza, siempre más agradable que caminar junto a la carretera. Al punto, Villarmentero de Campos, de aquí es un amigo y colega de Madrid, le llamo y nos hace ilusión a los dos. Me recomienda los dulces (hojaldres y amarguillos) de Villalcázar, y en pos de esa singularísima localidad vamos tras un reparador café con leche en el improvisado chamizo que pertenece a un lugareño con olfato para el negocio jacobeo.

No hemos querido almorzar en condiciones, aplazamos el convite hasta el siguiente pueblo, del que salí siendo una persona distinta.

Villalcázar de Sirga es un lugar sitiado por un desconcertante buen gusto, particularmente bien cuidado; esto se ve desde antes de entrar. Anuncia que es diferente, reta a esta Tierra de Campos a que pueda con él, a que se abandone al estío y a la canícula… la chulería de Villalcázar es más, es orgullo peregrino y altivez templaria. Lo simbólico que tiene el Camino se manifiesta en este lugar como un descarado aviso. Abramos los ojos.

Santa María la Blanca da la espalda a su teórica orientación, pero está en lo más alto de pueblo, y no sabe si es gótica o románica, pero sabe que es seductora; envenena y emboba al caminante. La piedra está bordada más que esculpida, dice Pilar, y entramos, previo pago de veinte céntimos a una suerte de vigilante que, tras un mostradorcito cerca de la entrada, lee “El último merovingio”. Vemos los sepulcros de Don Felipe y Doña Leonor, con soldados templarios saludando desde el bajorelieve de su basa… y me siento en la primera fila, a estremecerme, a escuchar, y a ensordecer de silencio y de paz.

Nada hay en esta Senda de las Estrellas más significativamente misterioso y atrayente, llanto desorientado que se consuela en el enjugar de sus propias lágrimas; estas lágrimas son las mías de niño echándote de menos, Madre, y las de ahora, echándote de menos muchísimo, también, en este rato aquí, en Santa María la Blanca. Lo vivido allí no puedo describirlo. No soy capaz.

Pilar me saca de allí, hay que seguir. Me dice que llevo una hora sentado frente al retablo, no es posible, apenas han debido de pasar cinco minutos. Discutimos sobre ello, y Pilar et al tienen razón; siempre la tienen. Es un pacto del que soy ajeno y objeto, sin que esta aparente contradicción sea otra cosa que la razón pura que no entiendo por más que ande y ande.

Me paso un buen rato casi sin hablar después de salir de allí, pero sin menoscabo de ello tomamos un vino y adquirimos los dulces sugeridos por nuestro amigo, dulces que en los próximos días habrán de ser de gran ayuda para seguir caminando.

Un salto de mata de menos de seis kilómetros por el andadero paralelo a la carretera, empujados por Pelegrín, y ya estamos en Carrión de los Condes. Vamos directamente a comer, y después la ducha, el masaje y la siesta. Quedamos por la tarde para tomar un vino y para cenar; antes de dormir brindamos con Vidal; es una copa de despedida, porque él regresa a Campo de Criptana, no le quedan días. Se promete volver al Camino de Santiago el año que viene, con su hijo.

Como corresponde a una jornada de relax y descanso en la que apenas hemos andado veinte kilómetros, no nos acostamos pronto, y el rato de incendio espiritual que me sorprendió en Villalcázar me deja despierto aún un buen rato antes de comprender que… zzzzzzz.

Carrión de los Condes, enclave singular del Camino, con sus muchísimas iglesias y monumentos, no ha podido con la modesta, pequeña Villalcázar. Sorpresas te da la vida. Templarias sorpresas.

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