miércoles, 2 de mayo de 2007

SEBASTIAN AMENIZA EL PASO DE ECUADOR

ETAPA 17. TERRADILLOS DE TEMPLARIOS – BERCIANOS DEL REAL CAMINO FRANCÉS

Mitad de Camino.

Terradillos de Templarios – Moratinos – San Nicolás del Real Camino – Sahagún – Calzada de Coto – Bercianos del Real Camino

15 de abril. 23,5 km.

Quedan: 374,3 km.

Tomamos café en el hotel justo antes de ir a Correos para enviar los carretes que revelamos ayer antes de cenar, en total unas doscientas fotos, doscientas cartulinas que ojalá pudieran transmitir todo lo que hasta ahora hemos vivido; doscientos papeles que, además, pesan lo suyo, o sea que merece la pena salir un poco más tarde y dejar solventado el envío.

A la hora convenida, el taxista que ayer nos trajo nos recoge y nos devuelve al exacto punto en que terminamos ayer, junto a la iglesia de Terradillos de Templarios; toda esta zona es muy de templarios –como se ha visto–, siendo como es el Camino una referencia permanente a esta Orden, que de hospitalidad y de protección sabía lo suyo, mucha falta hacía camino de Jerusalén (y de Santiago, claro). Avanzando hacia Galicia Ponferrada brilla como sede templaria gracias a su impresionante fortaleza; pero aún faltan unos días y muchos kilómetros para esto. Viene a cuento la reflexión por el equívoco misterio que contiene todo lo templario, y ese misterio produce tentaciones esotéricas sin cuento y enfoques iniciáticos del tránsito jacobeo. Lo iniciático es claro, aunque no pertenezca necesariamente al poso templario, aunque lo templario invite al pensamiento, porque, qué duda cabe, el pensamiento es de lo más apetecible.

Junto a la iglesia, donde nos pertrechamos tras pagar al taxista, hay un pequeño parque infantil con columpios, no se entiende qué hace aquí, en el árido antepáramo leonés, en este pueblo cuasi deshabitado, un parque con columpios; porque la pirámide de población aquí no es tal pirámide, ni siquiera invertida…

Cuando salimos de Terradillos debatimos sobre si debemos continuar por el Camino marcado, que discurre por un andadero encajonado entre la autovía y la carretera nacional, o seguir por las (alternativas) anchas vías de servidumbre agrícola, aunque sea andando un poco más, y así pasar por Moratinos y por San Nicolás del Real Camino: esta opción es, de lejos, mucho mejor; lo de los andaderos nos hace sentirnos ganado que ha de ser ordenadamente conducido hasta el siguiente redil, dóciles ovejas que saben cuál es su sitio, su encarrilada vereda; así que la decisión, además de fácil, se revelará como acertadísima, por lo vivido en el trayecto: hay jornadas de montaña, y jornadas de llanura; jornadas de recogimiento y de esfuerzo. La de ayer, con el vendedor de encurtidos y el becario cubano; y la de hoy, con lo que ahora viene, son las jornadas, digamos –por decir algo–, surrealistas. Nuestra conclusión es que hay mucho más loco suelto de lo que parece; o a lo mejor, es mucho cuerdo lo que hay, y los locos somos nosotros, que nos da por andar día tras día tras día tras día no se sabe bien hasta cuándo aunque creamos que estamos seguros hacia dónde.

A las diez en punto de la mañana abordamos el Camino largo, que también es el que enseña más, porque hay mucho más que ver. La sabiduría nunca es una línea recta, eso creo.

Emprendemos un buen andar, el entorno es bello, con el cereal muy verde asomando, muy distinto será esto en verano, un paraje lunar, seco y, pese a ello, y a buen seguro, también bello a su manera. Nadie en el Camino ahora, suponemos que por la hora, temprana para que nos adelanten los que hayan salido de anteriores pueblos, y tardía para quienes durmieron en Terradillos; bueno, nadie, excepto Pelegrín, que se queda mucho rato con nosotros, casi hasta Sahagún, donde lo perderemos de vista, porque a Pelegrín no le gusta la civilización, los coches, el humo, y Sahagún tiene mucho de todo esto, aunque también mucho de arte y de pasado peregrino. Si, ya, pero Pelegrín ya no volverá, no quiere León.

Andamos Pilar y yo y Pelegrín vuela a salto de mata, serpenteamos por anchos caminos sobre las suaves olas que son estos últimos kilómetros que el Camino palentino nos ha preparado a modo de despedida, acaso para recordarnos que se puede vivir sin mar, pero no sin cielo ni sin tierra. Todo es perfecto, tanto como lo es la música que se toca a sí misma, que es la que sale del corazón de los músicos que sólo tienen manos para interpretarla o para ponerla en un pentagrama. Está esa música en este andar de ahora…, Es música porque hay armonía, que es la de nuestras almas con el deseo de estar aquí, y el estar mismo; y hay melodía, que es el viento contra nuestros rostros peregrinos. Y es música, también, porque hay ritmo, el de nuestros pies y nuestros bordones contra este suelo que sustenta la ilusión de nunca dejar de andar.

Esta música somos cuando tanto encanto sucumbe a otra música: a la de Sebastián: “Es-pañaes-la-mejor-parabapapapapan-pán-pán”.

Y justo eso oímos ya fuerte, con la claridad que delata la cercana presencia de este personaje al que venimos oyendo desde hace un ratito. En el momento en que esperamos que aparezca, lo hace; desde lo alto de un bancal asoma su cabeza pequeña, empequeñecida aún más por la enorme gorra que se sujeta con la mano para evitar que vuele; sus ojos pequeños y mirada opaca anticipan el profundo desvarío de su mente, y su nariz, que quiere engancharse con la prominente barbilla, casi tapa su boca desdentada. Lo saludamos, y él como si nada, pues vale, seguimos caminando y nos sigue de cerca, cantando alegremente, primero “Que Viva España” (esta es la que trajo a nuestro encuentro); al terminar de cantarla, con potencia y temple, y a dos voces, sus variados yoes dialogan sobre qué cantar a continuación… tras animado debate, se decide que sea “Estudiantina”, que también interpretan con esmero y hondura. Una vez finalizada, su yo severo, claramente identificable por lo grave de la voz, le manda cantar “Como una Ola”, –“¿la de Rocío Jurado?”, pregunta, “sí, esa”, contesta–, y allá va. No damos crédito al grillo que porta el chaval.

Sebastián se hace acompañar de un perro –quizás el perro lo saca a pasear a él–, igualmente loco, que corre por los trigales detrás de pajarillos –¡hey, deja en paz a Pelegrín!–, mariposas, moscardones y otros bichos… y como una ola va, me paro y me doy la vuelta para hacerle una foto, y Sebastián recula asustado, se protege el rostro con los brazos, parece acostumbrado a que le peguen, y oculta su amedrentado corazón detrás mil canciones en otro tiempo de moda. Tranquilo, sólo quiero hacerte una foto.

Mientras preparo la cámara le pregunto su nombre, “Sebastián”, contesta; ¿y el perro? –inquiere Pilar– “El perro se llama Sebastián de la Torre, pero no es mío”... Nos acompañaron Sebastián, sus canciones y Sebastián de la Torre hasta la entrada a Moratinos, donde se encuentra el cementerio, “me quedo por aquí, a ver qué encuentro”, se despide a dos voces… Podría ser diagnosticado de loco, de esquizofrénico, de personalidad múltiple y desdoblada. Sin embargo, este cuadro es conocido en el ámbito rural como El Tonto del Pueblo. Luego me quedo pensando… ¿será esto tan surrealista vivido estos días algún tipo de señal jacobea?

Pilar me dijo más tarde que había pasado miedo, pero yo creo que el paisano es inofensivo. Enseguida dejamos atrás Moratinos, de cuyos límites Sebastián no sale nunca. Nos encaminamos a San Nicolás del Real Camino, por aquí debe de estar la mitad del trayecto entre Roncesvalles y Santiago de Compostela, y así nos lo confirma la mujer del bar donde tomamos un café, y le pedimos que nos haga una foto para inmortalizar el paso de ecuador.

Enseguida abandonaremos la provincia de Palencia –San Nicolás es el último pueblo– y nos estrenaremos en León; justo antes de llegar a Sahagún, pasamos por la enigmática ermita de la Virgen del Puerto, sola junto a su río y junto a su puente, todo un contrapunto frente a la fea civilización que anuncia la entrada en el primer pueblo de esta nueva provincia en la ruta santiaguera.

Tiene Sahagún grandes monumentos y significativos edificios antiguos, se nota que fue una importante localidad en otro tiempo. Abandonamos las indicaciones amarillas para sentarnos en la plaza, descansar y tomar un vino, un poco de jamón y otro poco de queso. Hoy sí hace un buen calor, y lo que toca afrontar ahora, hasta Bercianos –donde dormiremos– es el anticipo del tramo jacobeo más ingrato de la entera ruta: y no por el paisaje, que hay que aceptar, y que gusta o no gusta dependiendo del viajero, sino por lo industrioso y desolado del entorno, que a fuerza de ser desagradable parece querer invitarnos a abandonar, y que acabará casi agrietando nuestro ánimo. León capital será un breve oasis, pero hasta Hospital de Órbigo nada se puede hacer salvo sobrevivir a una bofetada de fealdad y llanto impasible; nada haremos salvo caminar con paciencia y esquivar el intenso y peligrosísimo tráfico de la carretera nacional, que hay que cruzar en varias ocasiones. Algo habría que hacer al respecto. Nosotros hemos hecho lo que nos toca, que es andar sin pausa y rezar por salir vivos de ese peligroso trance circulatorio, desagradable y agresivo. ¿Y Pelegrín? Ya dije. No volvió.

Pagamos la cuenta en el bar de Sahagún y nos ponemos en marcha. Como dos pardillos, perdemos el rastro de las flechas y damos vueltas por el centro antes de preguntar por dónde sigue el Camino, que retomamos al instante, para sumergirnos enseguida en un polvoriento andadero sin sombra, sin perdón, pareciera todo esto pensado por alguien con intención de recordar al peregrino que aquí se viene a sufrir. Pues como somos obedientes peregrinos, sufrimos, que para eso hemos venido, hasta llegar a Bercianos del Real Camino; el hostal donde dormimos está bastante bien. Ducha, masaje y me acerco al albergue a sellar la credencial.

Después, un paseo para ver una puesta de Sol impresionante en este páramo agostado por el clima continental extremo. Cenamos en el mismo hostal, junto a una mesa con otros peregrinos (Santiago, Rosa –su mujer– y su cuñado Juan) con quienes coincidiremos más adelante. Antes de subir a dormir, el encargado prepara un desayuno que subimos en su correspondiente bandeja a la habitación para la mañana siguiente, ya que el bar se abre después de nuestra partida. Así, al levantarnos, tomaremos un café con leche frío (dos puntos por debajo de tibio y uno por encima de helado, que diría mi admirado y nunca suficientemente homenajeado Horacio), y una magdalena dura. Cosas de bercianos emigrados con voluntad de servicio y determinación por cumplir con el trato de incluir el desayuno en el precio de la habitación.

Mañana hacemos etapa corta, hasta Mansilla de las Mulas, ya cerquita de León.

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