miércoles, 2 de mayo de 2007

LOS RAYOS SON DE NIEVE

ETAPA 11. VILLAFRANCA DE MONTES DE OCA – ATAPUERCA

Villafranca de Montes de Oca – San Juan de Ortega – Agés – Atapuerca

9 de abril. 18,3 km.

Quedan: 525,7 km.



Más que dormir, hemos sufrido un episodio de narcolepsia. Despierto desorientado, saberme en este lugar me cuesta pero al final lo consigo después de encender la luz, acción igualmente trabajosa por el despiste morféico.

Hoy, Viernes Santo, sí está todo cerrado, excepto el bar donde desayunamos; por la calle, mucha chavalería con atuendo bisbalo-discotequero, camino de la panadería, donde desayunarán, borrachos y en celo deambulan, y montan la típica bronquilla, propia de su edad y condición hormonal. Están ateridos, tiemblan, el día amanece soleado, pero la noche ha sido muy fría, hay hielo hasta en el aire.

Nicolás, el taxista que nos trajo ayer desde Villafranca nos dejará hoy allí, en el lugar donde nos recogió, a la puerta del Pájaro; un trayecto muy breve y ya estamos caminando, en Villafranca, nos reímos del menda del Hostal Pájaro, con su cucaracha pérez-de-tudela en la espalda (¿será una mascota amaestrada?), en realidad hubiéramos pagado más de treinta euros por marcharnos de allí, o sea que nos salió barata la experiencia.

Ahora toca la subida a los Montes de Oca; hay quien dice que el Camino dio nombre al juego de mesa infantil; así parece acreditarlo el enlosado tablero gigante que hay en una plaza logroñesa y el nombre de estos parajes, increíbles por su morfología y vegetación

Es difícil asumir que estas montañas estén en medio de la llanura castellana; aquí nunca imaginarás encontrar esto, diríase traído del Pirineo por algún santo aún sin identificar; bosques tupidos, cerrados, que in illo tempore fueron hogar, escondrijo y madriguera de asesinos, salteadores y ladrones de todo tipo, Al igual que en muchos otros lugares del Camino de Santiago hay reminiscencias de cosas pretéritas, en este queda el rastro de la codicia y del latrocinio, en la persona del posadero de El Pájaro. Hay cosas que no cambian con el paso de los siglos. La única diferencia entre los ladrones de antes y los chorizos de ahora es que éstos tienen licencia fiscal.

A la vera de la ajada iglesia de Villafranca se empina el suelo, impone a nuestro Camino el primer repecho de la subida al alto de La Pedraja, punto más elevado de esta sierra de Montes de Oca; la helada nocturna ha sido inclemente; los sombríos parecen neveros, blancos y helados, y el barro se ha endurecido, lo que se agradece. Hace frío, pero caminamos cuesta arriba y el Sol brilla fuerte, enseguida entramos en calor y nos quitamos ropa. Cuando la frondosidad del robledal lo permite, vemos el cielo, azul delante, a poniente, pero negro como el carbón a la izquierda, apocalíptico, tronante y relampagueante, nos estremecemos de puro miedo, es una tormenta que nos persigue y nos alcanzará en la cumbre, bajo los árboles… en la peor de las circunstancias para que una tormenta descargue. Coronamos La Pedraja para encontrar un espectáculo insólito: todo el Sol, detrás a la izquierda; todas las nubes, detrás a la derecha. ¿Borrasca o anticiclón? Las paradojas del clima se nos muestran como son aquí arriba. Se lo dedico a Paco MontesDeOca, el hombre del tiempo, que anoche previno de tormentas y en la suya propia estamos. Nada es azar.

La tormenta anda más rápido que nosotros, Esto se pone feo. Pajarillos, grajos, urracas y rapaces, lagartijas y lagartos, ratones de campo y algún zorro desaparecen y callan. Nos detenemos. El cielo, oscurecido, se ha tragado el bullicio de este bosque importado; al punto, sólo oímos nuestras respiraciones, y en el instante siguiente, sentimos también el latido potente de nuestros corazones, bombeando adrenalina, removiendo el miedo en nuestras entrañas para acelerar la respiración. Los truenos están cada vez más cerca, y en el momento en que decidimos correr hacia la carretera en busca de un lugar donde escondernos del rayo que nos parta, el cielo calla como calló antes la fauna, como calló la tierra, y una nevada desploma sobre estos dos confundidos peregrinos que no encuentran la manera de explicarse esto que está sucediendo, ahora que además pueden escuchar la nieve cuando se estrella contra todo lo que hay bajo ella.

Bendita nieve que apaga la tormenta, bendito episodio cuya explicación y razón quedan entre Él y nosotros.

En muy poco tiempo estamos cubiertos de nieve, ya descendemos hacia San Juan, felices y reflexivos, hay razones que la razón no entiende, y tal.

Ningún peregrino hasta ahora, ¿dónde están? ¿Y las bicis? ¿Es que todo el mundo está en sus coches de apoyo? ¿Se han puesto de acuerdo para que podamos vivir esto sumergidos en el privilegio de la soledad? Nada es azar.

San Juan de Ortega es un oasis dentro del oasis que es este bosque. ¿Qué hace este sitio aquí? Nos paramos, contemplamos lo que se nos antoja un sublimísimo cuadro. Este es el sitio del Milagro de la Luz, pero toda ella, tanta luz es aquí un puro milagro para estos cuatro ojos que vienen de trocar rayos por nieve.

Definitivamente, esta etapa es un reto a los prejuicios, a los supuestos. Aparece la aldea al final de un suave descenso, aquí hay también nieve, el Santuario es la vida que enlaza la montaña esta de los Montes de Oca con la bajada hasta Burgos. La hermana del cura, que es el responsable del refugio, nos sella la credencial, queremos constancia del paso por aquí.

Estamos empapados, no nos importa, en realidad no nos hemos dado cuenta hasta que hemos puesto nuestra ropa a secar junto a una estufa en el bar Marcela, pedimos bocadillos y café con leche, no hablamos, no nos hablamos, pan y jamón y tormenta y nieve y un peregrino que entra, “buenos días”, y nos increpa sin haberse quitado siquiera el macuto, “¡pero qué hacéis comiendo jamón! ¡es Viernes Santo, hoy es vigilia!”, a voz en grito; (¿jamón? ¿qué es jamón? ¿qué es vigilia?) Al instante, condescendiente, nos permite comer jamón “bueno, peregrinando ya estáis haciendo penitencia, no pasa nada, podéis seguir”. “Amigo –le contesto cuando la ira deja paso a su silencio orgulloso y altivo–, ¿quién eres?”. Nos mira entre desconcertado y ofendido; le aguanto la mirada, y el segundo siguiente se está sentando, saca un rosario de un bolsillo del macuto y lo sostiene fuerte dentro de su mano, mientras “ayuna” un carajillo y una bolsa de almendras. Antes de marcharnos le decimos que para nosotros poder andar a Santiago es un privilegio, no una penitencia, y le invitamos al carajillo. Para entonces, dos compañeros suyos han llegado al bar y ayunan junto a él carajillos con frutos secos.

No he querido ser duro; y, sin quererlo, he sido antipático, cortante. He sido espejo, creo. Nadie tiene derecho a ofenderse por mis pecados de cuaresma, y menos si son por jamón. Acabáramos.

Recogemos nuestros pertrechos cuando llega un grupo de ciclistas uniformados y muy enfadados por el mal tiempo, no dejan de lamentarse porque se han mojado descendiendo La Pedraja; enseguida llegan los miembros del equipo de apoyo y les proporcionan consuelo y ropa seca. Allí los dejamos y continuamos rumbo a Agés, sale el Sol pero sigue el frío, antes de media hora nos adelantan los ciclistas por la carretera, dándose relevos, muy profesionales.

Detrás de aquel cerro se verá Burgos. Antes, al abrigo de dicho desnivel, Atapuerca, lugar absolutamente alterado y condicionado por la realidad arqueológica de las dolinas excavadas en su territorio. Pueden verse chalets adosados, restaurantes con estilo, un mini parque temático, visitas organizadas a las excavaciones… Atapuerca, donde dormiremos en una encantadora casa rural, tras un almuerzo suculento, una tarde de nieve y siesta y el suicidio de un vecino.

Día completo. Para vencer hay que luchar; la libertad se gana, no se regala.

Nos acostamos tarde, había hoy mucho de qué hablar.

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