jueves, 3 de mayo de 2007

TRAS LOS PASOS DEL PONTONERO

ETAPA 8. NAJERA – SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

Nájera – Azofra - Cirueña – Santo Domingo de la Calzada

6 de abril. 21 km.

Quedan: 581,0 km.



Una semana completa, la cuarta parte del Camino según las previsiones, están ya andados. ¿Nos ha cambiado en algo el Camino? No sé. Lo que sí sé es que no creo que nunca dejemos ya de andar, aunque sea interiormente; también erramos por nuestras almas, hacia dentro peregrinamos, buscamos y hallamos. Nuestros corazones se sienten tranquilos, y nuestros cuerpos encajan la caminata con naturalidad, sin sensación de hazaña. Disfrutamos de cada paso, de cada cielo, de cada esfuerzo; de cada privación y también, claro, de cada asueto… ya no soñamos con ser peregrinos, anhelamos no dejar de serlo, jamás. Nunca en la vida nos hemos sentido así de bien.

Antes de emprender la marcha pasamos por Correos para enviar los carretes revelados ayer, y en la oficina están aligerando equipaje los dos franceses que venían desde Nimes, devolviendo a casa lo que no les resulta necesario: lo innecesario lastra mucho más que lo imprescindible.

Dejamos a nuestra derecha las cárcavas a las que se aferra parte del casco antiguo de Nájera, y enseguida un fuerte repecho, la cuesta de Peñaescalera, es lo primero que tenemos hoy por delante, y viñedos hasta donde alcanza la vista. Se nos hace corta aunque dura e intensa la andada hasta Azofra, y el cuerpo nos pide un buen almuerzo. Bocadillo de jamón serrano con queso y tomate, vino tinto y luego un café con magdalenas; un buen chute de glúcidos, energía que necesitan las piernas para andar y el cerebro para pensar, cosas ambas pertinentes para que el alma pueda percibir ese otro alimento que entra por los ojos y los oídos, por la piel, por los poros.

Está el día neblinoso, frío y húmedo, nada que ver con la jornada primaveral de ayer, y nuevos repechos amenazan nuestras piernas pero amenizan la ruta. Justo antes de Cirueña hay una buena subida, pulso el ritmo y tiro para arriba, voy descubriendo que me canso más yendo despacio, y no es que suba muy deprisa, simplemente es la cadencia que me piden las piernas.

Arriba de la cuesta el camino se vuelve llano y ancho, las cunetas están llenas de peregrinos que recobran el aliento después del repecho, y muchos aprovechan ya para almorzar; nosotros no nos detenemos, hemos sudado y el día sigue frío, preferimos descansar andando.

Al poco, el Camino desaparece…. ¿será posible? Es posible. Ha sido tragado, llegando a Cirueña, por un campo de golf con urbanización en obras, así que toca rodear la entera parcela para buscar dónde retomar el trazado jacobeo. Esto hacemos por unas pistas en las que andar se vuelve incómodo en extremo, pues el tráfico de camiones y otros vehículos de obras públicas levanta muchísimo polvo, que respiramos sin rechistar mientras aceleramos el paso para superar el obstáculo cuanto antes. Nos comemos unas mandarinas mientras de allí salimos, masticamos el polvo que tizna el aire limpio de este campo riojano, ahora que la niebla ha levantado y el Sol vuelve a calentar con ganas a quienes por allí andamos.

No queda demasiado para Santo Domingo de la Calzada, un nuevo repecho y detrás veremos ya el campanario de la catedral. Estos repechos nos rompen un poco las piernas, los pies duelen y las mochilas pesan, pero el horizonte es hoy más prometedor que nunca, abre las manos y nos ofrece este pueblo cuya llegada tanto anhelamos, se nos antoja el más peregrino de cuantos se atraviesan en la singladura jacobea. No es este relato el que deba glosar la obra de Domingo, pero nadie puede dudar de la fuerza de la peregrinación cuando se estudia lo que este Santo hizo. Lo imagino en el altozano donde esto pienso, de vuelta de Logroño, o de Nájera, como pontonero; lo intuyo viendo lo que nosotros vemos: al frente, un mar de cereal que se funde con el horizonte; a este lado, la Sierra de la Demanda; y, arriba, un Sol que agrega sudor y cansancio al periplo penitencial. Domingo, a quien dos órdenes religiosas negaron el ingreso, unió a su despecho la fuerza ilimitada de su fe y una inteligencia prodigiosa para convertirse en el Santo del Camino, con gallina asada voladora y todo.

Muchos peregrinos también hoy, miércoles Santo; saludamos al grupo que vimos ayer en Navarrete cuyos componentes discutían sobre si seguir o quedarse; están reventados, sentados en el suelo, bebiendo vino de una bota y comiendo chorizo a mordiscos. Nos ofrecen con porfía. Declinamos. Allí los dejamos relatando a voz en grito.

Entrando casi ya en Santo Domingo adelantamos a un grupito de cuatro adultos y cinco chavales de entre doce y catorce años, sin macutos pero de andar muy profesional, a quienes veremos a la entrada del pueblo tomar su coche de apoyo. Alguien nos dirá después que a estos sin macuto los llaman “turigrinos”, como son “pijigrinos” los que van súper-a-la-moda y no caminan ni cien metros al día, los necesarios para trasladarse de sus coches a los albergues, a dormir de gorra. Nosotros creemos que lo importante es andar, pero no como penitencia o garantía de pureza peregrina, sino como regalo que uno se hace a sí mismo; y estamos de acuerdo con que en los albergues debe tener preferencia el peregrino que va cargado.

Sí llevan macutos, enormes, por cierto, cuatro británicas gorditas, su andar es ligero pese a ir acompañado de la ingesta de grandes bocadillos que no parecen nada ligeros, nos adelantan, “bye”, “buen Camino”.

Santo Domingo está casi bajo nuestros pies, lo estará, literal y ciertamente, en breve, pues descansa en esta Calzada jacobea, justo donde se alza la catedral en su memoria, en el interior de una cripta subterránea.

A la entrada del pueblo, junto a un almacén de patatas está parado Sergin, lleva una bolsita con unas pocas que ha tomado prestadas para la cena de esta noche. Nos estaba esperando, dice, para entrar juntos en este sitio mágico. Vamos charlando, nos contamos un poco nuestras vidas, comenta que Brasil es el sexto país del mundo que más peregrinos envía a Santiago, no me sabe explicar muy bien por qué, pero verdaderamente el dato sorprende. Él lo achaca a la literatura de Paulo Coelho.

Callejeamos sucintamente por el pueblo y ya estamos en el casco antiguo, impone la catedral tanto o más aquí, a sus pies, que en la perspectiva de la distancia. Queremos dormir en el Parador, pero es imposible: más que alta, la temporada es alpina; da igual, vamos a una pensión que nos recomienda el amable recepcionista, mientras vemos entrar a los del equipo de producción la RAI, cuchichean entre ellos que somos peregrinos y que nos ven todos los días; la jefa del tinglado nos saluda con gesto sorprendido.

Antes de ir a dejar los macutos pasamos por el albergue, precioso e imponente, a sellar, y allí están las cuatro británicas gorditas intentando comunicarse con el hospitalero, que dice no poder admitirlas porque no llevan credencial. Han empezado esta mañana en Nájera, y alguien les dijo que en Santo Domingo obtendrían el pasaporte de peregrino, pero no pueden hacérselo saber al encargado.

Ellas lloran en inglés porque se quedan en la calle, y el hospitalero se muestra inflexible en un perfecto español de La Rioja. Ejerzo de traductor, explico al hospitalero el motivo por el que no van acreditadas, pero le da igual, él dice que para dormir en el albergue, credencial en los dientes. “No –le increpo–, para dormir en el albergue hay que ser peregrino a pie, en bici o a caballo; una credencial la tiene cualquiera; estas chicas vienen andando hoy desde Nájera, yo las he visto”. Ante la cerrazón del hospitalero (en parte justificada, visto lo sucedido en otros lugares), les digo a las chicas que se acerquen a la Oficina de Turismo, allí cerquita, y que pidan su credencial; al hacer eso, y jurar yo y perjurar ellas que vienen andando como aseguran, el hospitalero al fin cede. Esto les traduzco y se ponen las cuatro gorditas muy contentas, cogen sus bártulos y ¡hala! padentro; tanta emoción tenían que se les ha pasado decir “bye”.

Da igual, iban muy felices.

Vemos a Sergin de nuevo, quiere fotografiar el interior de la Catedral, la gallina asada que vuela, pero no puede porque está cerrada, lamenta quedarse sin sus fotos, no duerme en Santo Domingo, continúa hasta Grañón. Nos comprometemos a hacer las fotos para enviárselas luego por mail, pero no lo logramos: está prohibido hacer fotos dentro de la Catedral; ya le conseguiré yo las fotos en otro momento.

Nos vamos ya a nuestra ducha y bajamos a comer; no pudimos dormir en el Parador, al menos nos colaremos para homenajearemos debidamente; así hacemos, ligero pero sabroso, antes de la siesta. Ligero, porque hoy cenaremos con un buen amigo que es chef en Casalareina, a ocho kilómetros de aquí. Y sabroso, porque los productos de esta tierra tienen gran enjundia, como también comprobaremos esta noche.

La siesta sabe hoy a Camino en Santo Domingo de la Calzada: a Camino y también a alcohol de romero, el aroma de mi hogar nómada. Planificamos las próximas etapas, Pilar tiene inflamado un talón y, aunque no le molesta demasiado, es conveniente relajar el paso. Enseguida nos llama Mario Toribio, gran cocinero y mejor amigo, nos tiene preparado un verdadero ágape en La Vieja Bodega, un sobresaliente establecimiento situado en Casalarreina en el que ejerce de cocinero; su oficio es destacado y reconocido, nos consta. Nos sentimos en casa degustando los platos que él mismo nos prepara, quiere atendernos como familia. Nos abruma el cariño dispensado, sobre todo cuando, encima de la currada, no nos deja pagar la cuenta. Merece la pena haber llegado andando a Santo Domingo de la Calzada sólo por haber cenado la cena de Mario Toribio.

A las 11, taxi directo a la cama.

La jornada ha sido tan plena como esperábamos y deseábamos.

Hoy el corazón pudo con los pies.

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