miércoles, 2 de mayo de 2007

EL VIENTO, VENCEDOR POR K.O.

León – Trobajo del Camino – La Virgen del Camino – Fresno del Camino – Oncina de la Valdoncina – Chozas de Abajo – Villar de Mazarife – Villavante

18 de abril. 35 km.

Quedan: 306,8 km.


ETAPA 20. LEÓN – VILLAVANTE

Llueve hoy. Hace frío, hay viento. No importa, sólo queremos saber qué más quiere León de estos dos peregrinos, Es algo que, seguro, no nos sorprenderá… sufrimiento, claro, esto lo damos por supuesto, creemos que debe ser propio de lo que haya de ser andado en esta provincia, pero, carajo, empieza a serlo mucho más allá de lo que pensamos. En realidad, la etapa de hoy ha sido la más dura prueba que hemos andado en esta peregrinación. Sabemos que después de algo tan desagradable sólo ha de venir algo mejor.

Si existe alguna ley de las compensaciones, la recompensa habrá de ser proporcional al castigo. Si no existe tal compensación natural, nos daremos por satisfechos con el final de este suplicio, que a lo mejor es mucho más de lo que nuestro andar merece.
Quizás, simplemente, no somos capaces de entender el significado o mensaje, si es que lo tiene, de tanta dureza, pero nuestra tozudez es grande y convierte la adversidad en desafío. Así ha de ser.

Hasta ahora, lo andando en esta provincia ha sido desolador. Desde la entrada misma en este territorio, en Sahagún, sólo hemos encontrado andaderos, malos olores, industrias, prostitución, viento infernal, lluvia incesante; aderezos que, uno por uno, se soportan mejor o peor más, en conjunto, terminan por hacer daño. Quedan aún cinco etapas para abandonar León y deseamos que vayan cambiando las cosas. Se aceptará lo que venga, pero mejor si viene bueno y bonito.

Esto vamos hablando Pilar y yo mientras salimos de la capital, y, enfundados en las capas de agua, ponderamos que el esperado cambio llegará, como mucho, en Astorga; con el corazón y los pies deseando superar tanta fealdad, en ese mismo momento decidimos prolongar la etapa, que en un principio habría de terminar en Villadangos del Páramo, hasta Hospital de Órbigo, donde, a lo mejor, las cosas ya mejoran; albergamos quizás las esperanza de que su emblemático puente nos traiga de nuevo el oxígeno jacobeo.

Decidimos, además, tomar la denominada por nuestra guía “variante por campo”, que discurre por ruta alternativa al Camino “oficial”. La distancia que deberemos recorrer será algo mayor (en total, hoy prevemos andar 35 kilómetros), pero no dudamos al elegir entre ambas opciones. Esta variante nos llevará hasta Villar de Mazarife y, ya, por fin, hasta Hospital de Órbigo. En realidad, no es propiamente una “variante por campo”, puesto que gran parte del recorrido se realiza por carreterillas secundarias; pero al menos nos aleja de los andaderos y, por ende, del tráfago de la circulación, del ruido y de los humos.

Apenas hablamos, pero andamos cogidos de la mano, quizás porque necesitemos la certeza del otro: ¿miedo a la soledad, o soledad compartida?

Tomamos café en La Virgen del Camino, siete kilómetros ya lejos de León. Llueve intensamente, vamos empapados pese al voluntarioso trabajo de las capas de agua: el viento las hace revolotear y el agua nos acaba entrando hasta los tuétanos. Nos cambiamos las camisetas y cruzamos los dedos para que deje de llover, ya no nos queda más ropa seca que ponernos. Y, quizás por haber cruzado los dedos, deja de llover, pero a cambio (siempre hay algo a cambio) empieza un fortísimo viento de cara que nos vencerá a cuatro kilómetros de Hospital de Órbigo, y que pone la guinda a cuatro jornadas desoladoras. Nos parece que el haber (casi) superado todo esto hace fácil cualquier empresa que nos propongamos: es, otra vez, la determinación.

Abandonamos La Virgen del Camino a muy buen paso, supongo que estamos deseando terminar esta fase, si es que puede ser así denominada. Vamos pasando pueblos (Fresno, Oncina, y Chozas), sin apenas detenernos más que para comer unos frutos secos y beber agua; queremos llegar cuanto antes a Villar de Mazarife, para almorzar y resolver la etapa de hoy, catorce kilómetros más allá de este pueblo. Antes de haberlo pensado, ya hemos llegado, y entramos a comer en la Casa de Cultura. Nos resulta chocante. Es un pueblo pequeño, apenas dos viejos en la calle, y cuatro coches aparcados; eso sí, una más que respetable Casa de la Cultura, cuya planta baja es enteramente ocupada por un enorme bar. Quizás el hecho de traspasar el umbral de esta sede pública –aunque sea para entrar al bar– sirva para considerar a los parroquianos como aforo de biblioteca y esto justifique su existencia.

Sobre la barra del bar hay papeletas de las últimas elecciones generales con tanteos de chinchón y tute; y tras ella, una amable camarera nos atiende con esmero y cariño. Le gusta que vengan peregrinos, ya que la mayoría de ellos no pasan por aquí. En una mesa grande, junto a la estufa, quince ancianos beben fanta en vasos de chato, Es la metadona de la senectud rural.

Comemos nuestros bocadillos y reemprendemos la marcha enseguida. Tenemos aún diez kilómetros hasta Villavante y cuatro más hasta el final de etapa, no es distancia que debamos temer a estas alturas del viaje, pero las condiciones eólicas lo complican en extremo. Ha sido, sin duda, el tramo más inclemente desde que salimos de Roncesvalles; esa decena de kilómetros hasta Villavante nos toma más de tres horas, a pesar de andar por un terreno absolutamente llano y a pesar también del esfuerzo realizado. El viento, literalmente, nos impide andar; en ocasiones, nos empuja de tal manera que debemos echar un pie atrás para no caer. Pilar se refugia tras mi macuto, anda pegada a mí, Esto es demasiado, Santiago, no lo necesitamos, y las fuerzas nos abandonan en Villavante.

Imposible seguir. No podemos, Entramos en un bar a tomar un refresco y, tal debe de ser nuestro gesto, que el tabernero nos pregunta si nos encontramos bien, “si, pero queremos seguir hasta Hospital”, y él mismo se ofrece a llamar al taxi, “si es tan amable, muchas gracias…”; llega enseguida, y en cinco minutos entramos en el hostal. Dentro del coche no hay viento, pero tampoco Camino. No se puede tener todo. Quedamos con Isaías, el taxista, para mañana a primera hora y que nos devuelva a este punto donde el agotamiento pudo con la resolución, con la determinación y con todo lo demás que nos hace andar.

Nos duchamos y masajeamos pies, piernas y espalda, pues andar hoy era vencer el peso del macuto y el del viento, y salimos a sellar las credenciales al albergue de peregrinos, cercano a nuestro hostal. Ponemos un pie en la calle y es tanto el frío (ventisca con nieve) que nos damos media vuelta y nos sentamos en el mismo bar del hostal a tomar un vino, escribir, cenar como Dios manda (alubias con azulón) y dormir. Ya sellaremos mañana cuando pasemos por aquí.

Pilar me dice, mientras se queda dormida, que quizás haya estado alguna vez así de cansada, cuantitativamente, pero nunca tan abrumadoramente cansada. Suscribo la sensación, a la vez que pienso si estoy descubriendo el Camino o es éste el que me está descubriendo a mí.

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