miércoles, 2 de mayo de 2007

SOLEDAD Y HORIZONTE




ETAPA 13. BURGOS – HONTANAS

Burgos – Villalbilla – Tardajos – Rabé de las Calzadas – Hornillos del Camino – Arroyo San Bol – Hontanas

11 de abril. 34 km.

Quedan: 484,3 km.

Hoy nos levantamos más pronto, queremos salir a andar un poco antes, pero nada, no hay manera; a la hora de siempre. No logro averiguar dónde está el tiempo que no usamos, adónde fue. Nuevos misterios andariegos.

La etapa comienza, en teoría, a la salida de Burgos, donde se encuentra el albergue municipal, pero nosotros estamos justo a la entrada, lo que supone un aperitivo de unos cinco kilómetros que nos da la oportunidad de atravesar esta ciudad en circunstancias excepcionales: al amanecer, sin turistas, sin bullicio, envuelta en una bruma de niebla y aguanieve; el traqueteo de nuestros bordones en las piedras del suelo es estruendo, nadie hay en Burgos a estas horas, la Catedral parece una foto en blanco y negro, y nos quedamos un rato mirándola, y así como esto hacemos nos devuelve la mirada y nos pide que volvamos otra vez más despacio, que por un euro no sea, Prometido.

Flechas amarillas y vierias de hierro en el pavimento mojado de Burgos, en una frigidísima mañana de Domingo de Resurrección, y de nuevo silencio en nuestro andar, más que andar, paseamos, de la mano. Una hora ha tomado este tránsito y adiós Burgos, ya andamos por una alameda, enseguida Villalbilla, pero no desayunaremos aquí, hay que desviarse. Esperamos a Tardajos.

Hemos andado a muy buen ritmo sin habérnoslo propuesto, se nota que las piernas están ya amoldadas al constante caminar diario, nuestros cuerpos se sienten en su medio cuando andamos, extraños se ven cuando estamos detenidos.

Entramos en el primer bar que hay en Tardajos, allí está Vidal, peregrino manchego que será desde mañana compañero de andares hasta Carrión de los Condes, desde donde regresará a su casa, pero todo esto aún no lo sabemos. Está también Peter, el alemán fumador, tomando café y tomando marlboros. Hablamos un rato, me dice que tiene mucho tiempo para hacer el Camino, que cree que está recorriendo distancias demasiado largas. Sufre la sensación de que ese ritmo le impide ver las cosas interesantes que ofrece este viaje; y es verdad, haría falta… mucho tiempo, acaso esta vida entera y alguna otra de después (¿me reencarnaré en vieria? ¿en calabaza? ¿en piedra?) para disfrutar todo lo que hay por disfrutar aquí. Ha decidido, pues, andar sólo ocho kilómetros cada día y dedicar el resto del tiempo a todo lo demás que hay que hacer. Porque no sólo andar es esto.

Le felicito por su decisión, le envidio, pero no tenemos tantos días como él. Pilar y yo almorzamos abundantemente. Él no come nada. Sólo bebe café con leche. Le invitamos y se azora, “no te preocupes –le digo– la próxima vez que nos veamos, invitas tú, pero con jamón y con vino”. Se ríe a mandíbula batiente, “hans, hans, hans, hans” (esto es la risa en alemán). Nos despedimos, ya no volveremos a vernos en este Camino.

Antes de reemprender la marcha le pregunto al camarero del bar por un cajero automático, apenas me queda efectivo… “buffff… hasta Castrojeriz, nada”, vale, ya nos apañaremos, gracias, adiós buenos días. Salimos, y al cruzar la calle, zás, un cajero de Caja España, a apenas diez metros del bar, Vamos, que es lo primero que se ve al abandonar el establecimiento. ¿Broma o amnesia?

Fuegos artificiales y cohetes en Rabé de las Calzadas por la fiesta de los quintos. Cualquier razón es una buena razón para embolingarse, vaya bronca andan armando los mozos. Allí vemos a las “Chicas de Oro”, tres mujeres de mediana edad, van con un perro y nos preguntan “¿dónde está el Camino?”, lo empiezan justo en ese momento en que les indicamos la dirección correcta, el marido de una de ellas conduce el coche de apoyo, los iremos viendo a todos a lo largo y ancho de las próximas jornadas.

Viene después el Camino que añoro ahora, campo y piedras, la Castilla jacobea nos sumerge en la soledad de nuestro andar, el paso sobrio, ocho kilómetros hasta Hornillos del Camino, donde ayer previmos terminar la etapa hoy. Toboganes, tierra roja, cielo enorme y cereal muy verde; y mucho viento.

Nos gusta Hornillos, tiene sabor, entramos en el Bar Manolo a tomar un vino y ya es casi la hora de comer, eso hacemos, un par de raciones y nos sentimos bien, fuertes, estas últimas etapas cortas han sido buenas para recuperarnos, ¿seguimos hasta Hontanas?, seguimos pues, adelante, casi diez kilómetros, casi setenta entre los de hoy y los de mañana, somos el agua inquieta de este río que desemboca en el Atlántico, donde acaba la tierra, fin del mundo, y no podemos dejar de andar ahora.

Reemprendemos a muy buen paso, y vamos ya hacia Hontanas, entramos, tras subir a una meseta, en un páramo aridísimo, el aire hiela a pesar de que hace Sol, apenas hay hierba en el suelo, Siberia en verano debe de ser como esto. Nos van pasando ciclistas, un grupo de ellos nos adelanta ruidosamente, les dejamos paso, parecen valencianos, y dos de ellos van en tándem; conducen la máquina con coordinada precisión, trialean con finura y van a mucha velocidad.

Pelegrín acompaña pero apremia, se ve que el pobre tiene frío, busca un alero bajo el que protegerse, quiere llegar pronto a Hontanas.

El paisaje se abre para ofrecernos un horizonte de llanos y mesetas, diminutos nos sabemos ahora, así debe de sentirse una hormiga en el enlosado de una acera, con sus canalillos y sus promontorios. Eso somos, hormiguitas, o mejor caracoles que llevan a cuestas todo cuanto tienen y viajan a un sitio lejano, a la vuelta de la esquina, pongamos por caso, que en la escala es lo mismo.

A cinco kilómetros de Hontanas aparece Arroyo San Bol, un enigmático lugar puesto a la vera del Camino para soñar con antiguas peregrinaciones; el refugio es lo único que queda de este pueblo abandonado hace siglos, y está separado unos cien metros del Camino, pero creo que merece la pena acercarse a verlo y a visitar al hospitalero, a saludarlo, a hacer acto de presencia jacobea, que consiste en dar fuerza estando, aún sin hablar ni decir, porque el estar dice a veces mucho más que el hablar.

Hace mucho frío en el refugio, pese a que en la chimenea la leña arde con fuerza, pero está húmeda, hay mucho humo que revoca del tiro, dificulta la visión, niebla interior, no hay luz, ni agua, ni servicios, ni duchas. El hospitalero ofrece lo que muy pocos pueden en el entero Camino de Santiago: absoluto silencio y paz total. Hay tres peregrinos allí, tumbados, callados. Nadie habla. Quiero sellar las credenciales aquí. En otra ocasión me quedaré a dormir, estoy seguro de que merecerá la pena. Me despido del hospitalero, me desea buen Camino y se lo agradezco muchísimo.

Este ratito que he estado en Arroyo San Bol le ha venido muy bien a Pilar para descansar. Enseguida llegaremos a Hontanas, o eso creemos, por más que oteamos el horizonte no vemos nada que delate la presencia de un pueblo, ni de nada, simplemente vemos campo hasta donde alcanza la vista; pensamos que nos hemos despistado en algún cruce de caminos, y, justo cuando nos vamos a dar la vuelta, aparece la torre de la iglesia de Hontanas, escondido en una profunda vaguada.

Pilar, la dueña del albergue y de la casa rural, nos acompaña a nuestra habitación; la otra está ocupada por Vidal, el manchego que mañana, en Castrojeriz, se unirá a nosotros. Bajamos a cenar al albergue al turno de las ocho, lentejas y huevos fritos. Compartimos mesa con los ciclistas valencianos, condición que reconocí esta tarde que y les hago notar, ya que conozco su idioma, “pues será de veranear en Cullera”, dice uno de ellos, y todos ríen a coro. No es posible la conversación, no quieren hablar castellano. Estamos en la misma mesa pero en distinta onda, y esto no debería ser así; codo con codo, pero como si no hubiera nadie en nuestras sillas. ¿Me pasas el vino? Ni puñetero caso. Ofrezco pan, cogen todo el que hay en el cesto sin mirarme, ni dar las gracias; ya me levanto yo a por más pan.

¿Hechos diferenciales? No. Provincianismo venido a más. En todo caso, nada puede con nosotros después de las lentejas y los huevos fritos, bien regados con un vino más que peleón, excelso menú que las hospitaleras nos ofrecen por seis euros.

Allí está Shintaro, iremos coincidiendo con él hasta Galicia, es japonés residente en Barcelona y persona entrañable; como buen arquitecto, no ha dejado de asombrarse desde que empezó su Camino, en Somport.

Shintaro se sienta cerca del hogar que caldea este austero refectorio, trata de calentar su cuerpo enclenque y de secar la ropa que ha lavado. Uno de los valencianos le increpa con malos modos, le dice que se aparte de la chimenea, que no se quede con todo el calor. Shintaro accede a la exigencia y se aparta, disculpándose, con una sonrisa en los labios.

Nos acostamos pronto pero queremos ver el pronóstico del tiempo para mañana, hoy estuvo muy inestable. Aguanto despierto como un jabato, y justo cuando aparece el hombre del tiempo los párpados no aguantan y me quedo dormido como una piedra.

Qué más da. Haga el tiempo que tenga que hacer.

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