sábado, 5 de mayo de 2007

EL BARRO TAMBIÉN ES CAMINO

ETAPA 4. PUENTE LA REINA – ESTELLA

Puente La Reina – Mañeru – Cirauqui – Lorca – Villatuerta – Estella

2 de abril. 21,8 km.

Quedan: 681,0 km.



Toda la noche lloviendo, pero amanece con claros, van las nubes en dirección contraria, otra vez poco desayuno y a la calle, traquetean nuestros bordones contra las piedras del puente que da nombre al pueblo, piedras que están ahí para nosotros, los peregrinos, estamos aquí ahora para franquear una vez más, la última, el río Arga, también aquí baja lleno, estas piedras de este puente son la historia misma del Camino, y a fuerza de pasar por estos sitios (estos puentes, pasos, catedrales, arcos…) el espíritu nos revela curiosos pensamientos, y el cuerpo sensaciones nuevas.

La mañana abre definitivamente, vemos el Sol, parece que nuestro anhelo se cumple, gracias, la etapa de hoy es bella y sencilla, al menos sobre el papel: fíese usté de los papeles, de las guías, de las apariencias, fíese usté de que las cosas sean como parecen, así pasa, equivocarse es el deporte nacional porque prevemos sobre apariencias… obras públicas que se tragan el Camino y todo el barro del mundo serán hoy lo que hará que las cosas sean muy distintas a como suponemos.

El Camino, a la salida de Puente La Reina, está marcado para tomar vías alternativas, entre enormes máquinas y empinadísimos taludes, está encarrilado entre cintas plásticas, ¿Y el Camino? Deglutido por las obras. Por carretera vamos hasta Mañeru, peligroso arcén, muchísimo tráfico, enseguida entramos en ese primer pueblo, al que accedemos por un embarradísimo camino, tomamos un café y hay en el bareto un trío de peregrinos franceses, un hombre y dos mujeres, que nos saludan con simpatía, y lo propio hacemos. Aprovechamos este ratito en el bar para realizar algunas reservas, empieza la Semana Santa y la cosa del dormir puede ponerse complicada.

Hacemos nuestras llamadas, un pis y en marcha, callejeamos un poco y ya vemos, en un promontorio, el compacto casco urbano, otrora fortificado, de un nido de víboras que se llama Cirauqui, pero antes deberemos recorrer un tramo embarrado en el que batimos record de lentitud; no hay opción: si elegimos una senda alternativa por encontrar un pedazo de suelo medianamente firme, enseguida vemos que la elección es la peor posible; hacia Cirauqui pero despacio, despacio, muy despacio, más de tres horas desde el desayuno para llegar a este pueblo, apenas ocho kilómetros… Sin embargo, hace Sol, el campo grita de verdor, andar tan despacito por el barro evita la aparición de ampollas y no exige demasiado de las agujetas de Pilar; y, bueno, es nuestro cuarto día y estamos aquí, enteros y más vivos que nunca. ¿Se puede pedir más?

Entramos en Cirauqui y dedicamos alrededor de un cuarto de hora a despegarnos los doscientos kilos de arcilloso barro que, como mínimo, tenemos en cada uno de nuestros cuatro pies. Un cirauqueño (¿se dirá así?) nos dice que estuvieron a punto de echar grava en este tramo del Camino, pero que finalmente se decidió que no, que debía quedar en su estado original… ¿Estado original? ¿Y por qué aran entonces el Camino? En realidad no importa si el trazado discurre dos metros más arriba o un kilómetro más abajo, esto es un debate recurrente a lo largo de la peregrinación; nosotros creemos que no se debe ser demasiado purista en esto, que no es fundamental, ni siquiera relevante; sostenemos que el trazado original (salvo en señaladísimos lugares que gozan de especial significación jacobea) no existe como tal, niego la mayor, por esa regla de tres el Camino de Santiago discurre por carretera y autovía ¿Se trata de esto? Creemos que no.

Tomamos unas mandarinas, bebemos bastante agua, empiezan a llegar peregrinos con barro hasta las cejas, pasan dos que son de Lorca (Murcia) y les hace ilusión la etapa de hoy, porque atraviesa Lorca (Navarra), pasan los tres franceses que vimos en el bar de Mañeru, Una de las mujeres, de unos 65 años, lleva un macuto tan grande que apenas puede abordar una pequeña rampa, le tiemblan las rodillas, se tambalea, debe recuperar el equilibrio, rehacerse a cada paso con ayuda de sus dos bastones.

Saramago dijo: “No sabe la juventud lo que puede, no puede la vejez lo que sabe”.

Más tarde los volvemos a ver, la mujer sobrecargada nos reprocha (eso nos parece al menos) que nuestras mochilas son demasiado pequeñas, sin duda cree que vamos con coche de apoyo, pues no, amiga mía, simplemente no es necesario llevar tantos bártulos, y menos cuando no se está en la mejor forma.

Discuten entre ellos en francés; no entendemos qué dicen, pero juraríamos que el hombre, que tiene pinta de ser el marido (con pertrechos mucho más livianos), le riñe por causa de su exceso de equipaje, “ya te lo dije”, parece aseverar y ella lo deja con la palabra en la boca y renquea unos metros más antes de detenerse de nuevo para girarse sobre sus maltrechos talones y vociferarle algo. Allí los dejamos, lamentamos ser el origen o causa de una disputa conyugal de respetables proporciones.

Lo cierto es que a partir de ese momento me empiezo a fijar en el volumen de las mochilas, y salvo contadísimas excepciones, todo el mundo lleva mucho más equipaje que nosotros, lo que hará a alguno, días después, una vez más, pasarse de listo con nuestra impedimenta, “mira, peregrinos sin petate”, “que no, que no llevamos coche de apoyo, pero, qué carajo, nada pasaría si lo lleváramos, peor para nosotros pero nada más”, venimos a decir, un poco hartos de un purismo jacobeo que, como todo purismo, deviene en moralina pacata y sectaria.

Enfilada la salida de Cirauqui una señora nos dice que ya no hay más barro, pues un tramo importante discurre sobre la calzada romana, y que en el resto hay grava; lo celebramos, porque al ritmo que vamos no llegaremos a Estella antes del anochecer.

Antes de abandonar Cirauqui, el Camino pasa bajo un arco románico en el que hay un pretil con un sello; sellamos, pues, la credencial. Nos parece una iniciativa inteligente, una manera de que Cirauqui, que no debe de ser punto de partida o llegada de casi nadie, figure en las credenciales de casi todos, consiguiendo así cierta notoriedad en comparación con tantos y tantos pueblos que jalonan el Camino y que lo ven pasar sin beneficio alguno, tan de moda como está ahora.

Tomamos la calzada romana, o lo que queda de ella, viajamos ya hacia Lorca, el Sol aprieta –se agradece–, fuera cazadoras y polares, algo de barro pisamos, pero no mucho en comparación con la merendola que nos hemos despachado esta mañana, un caminar especialmente feliz nos traslada ahora, vamos teniendo conciencia de la distancia recorrida, sentimos que el transcurso de las jornadas troca las incertidumbres enormes de la partida en serenas certezas de peregrino.

Sobrepasado un suave altozano, el rumor de motores que venimos oyendo desde hace un rato confirma nuestro temor: más obras, más máquinas, más asfalto. Lo aceptamos de buen grado, hay que hacer carreteras, pero nos parece una broma de mal gusto el que tracen un “desvío provisional” (sic) del Camino, marcado con cartelitos de “disculpe las molestias”, consistente en una innecesaria y zigzagueante ghymkana por un embarradísimo barbecho, para terminar en un túnel bajo la carretera que estaba ahí mismo; la ocurrencia, porque no podemos calificarla de idea, nos hace pensar que hemos venido a andar, pero para andar así, no; tampoco hay que abusar. En fin. Ingenieros que resuelven todos los problemas (incluso los metafísicos) con regla de tres.

Allí estamos otra vez con toneladas de barro en los pies, no sabemos si llevamos botas o si nos las hemos dejado de recuerdo en el barbecho, nos reímos a carcajada limpia de nuestro aspecto sucio, tenemos cepellones en vez de piernas, nos acaban de arrancar de una maceta, rebañamos el barro y sí, alivio, aparecen las botas, siguen en los pies, siguen también los pies en las piernas. ¿Cuántas veces hay que meterse en el barro para poder llegar a donde se pretende? Pues eso.

Aseados, en parte, (es un decir) de rodillas para abajo, nos sentamos a almorzar, vemos a lo lejos a un peregrino que hubiéramos jurado que se acercaba volando de no ser porque es imposible; enseguida está a nuestra altura, se detiene y charlamos un rato, es de Pamplona, va a 40 kilómetros diarios, ha caminado ya unas cuantas veces a Santiago, tiene pocos días y muchas fuerzas, es delgado y menudo, puro nervio, nos despedimos y hala, a correr, adiós, “corricolari”.

Al poco de recomenzar la andada Pilar se agota, pájara perdida, nos sentamos en una sombra, se quita las botas y le hago un masaje en los pies, algo le tonifica, se pone el calzado de descanso, más cómodo, y seguimos hacia Estella, despacito. Más adelante soy yo el que tiene que parar, enorme flojera, chocolate a palo seco, nos hemos quedado sin agua, bueno, queda ya poco, tenemos que revisar la política de avituallamientos, algo estamos haciendo mal.

Vemos a Elga-Mary Poppins, camina junto con dos franceses que vienen de Nimes, vía Somport, llevan 33 días andando, nos dan agua, (gracias, gracias, gracias) los dejamos en su descanso, Estella está ahí, al otro lado de aquel collado, despacito llegaremos enseguida, siempre se llega enseguida cuando se va despacito, ya estamos, zona industrial y gasolineras. Entramos en una para comprar agua, me resulta familiar el sitio, claro, aquí llegamos buscando provisiones el día del Pilar de hace dos años, estábamos en una casa rural en Zudaire y nada había abierto, vinimos entonces a esta gasolinera, la empleada nos atendió, al principio, en euskera, y nos dijo que estaba todo cerrado por ser fiesta, “sí, la de la Hispanidad”, contesté, y me quedé más ancho que largo.

Al mismo centro vamos de esta ciudad nacida por y para el Camino de Santiago, llena de iglesias de muy distintos estilos, con su puente medieval, sobre el Ega, a punto, como el Arga, de desbordarse. Nos cuenta la historia de la ciudad y sus bien provistas dotaciones actuales una señora que nos acompaña hasta la puerta de un tugurio llamado “Hostal Cristina”, donde pasaremos la noche.

Mañana hay un criterium ciclista que sale de aquí, gran trasiego de coches de los equipos, montaje de vallas, camiones de TVE, etcétera, mucho ruido para nosotros, me dice Pilar mientras le doy un nuevo masaje en los pies.

Salimos a dar un paseo y a ver cosas, sellamos la credencial en el albergue, vemos a los canarios, están bastante cansados, con los pies dentro de sendos barreños de agua con vinagre y sal. Las ampollas los amenazan seriamente.

Las pájaras sufridas durante la jornada de hoy nos recuerdan, como gusanos que se arrastran por nuestras tripas, que no comemos decentemente desde Roncesvalles, así que decidimos cenar en condiciones. Estamos en Navarra y sería imperdonable no hacerlo. Reservamos mesa en un asador, y mientras nos revelan nuestros primeros dos carretes, tomamos un vino en un bar de la plaza; entran en el local el australiano y sus contertulios de la cena en Puente La Reina (a la mallorquina no la volvimos a ver), vienen a cenar el menú del peregrino, que en este establecimiento parece ser famoso más por cantidad que por calidad; le comento al antipódata que me llamó la atención la vehemencia espiritual del discurso de uno de sus amigos, un hombre de unos 60 años, de aspecto irlandés (resulta ser estadounidense), “si, claro –replica en un metálico y áspero español– es que estos que vienen conmigo son “curros”… ¿eh? ¡ah, curas! “si, eso, jajaja curas”…

Nos hace ilusión ver nuestras primeras fotos, no ha pasado ni una semana y nos parece, al mirarlas, que son de las vacaciones del año pasado. Compramos allí mismo dos nuevas cámaras de un sólo uso y nos vamos a cenar, tenemos hambre, mucha hambre, espárragos y alcachofas, y rodaballo al horno; apuramos el aperitivo cuando entra el divo de la RAI, nos conoce de sobra, hemos caminado juntos, pasa a nuestro lado, y hago ademán de levantarme para saludarlo cuando mira de frente y pasa de largo, la cara de gilipollas que se me queda es proporcional a su memez. Viene con otros de su equipo, allí al fondo se sientan, cenan ruidosamente, gritan, beben como cosacos, ríen como corsarios.

Hemos cenado muy bien. Subimos a dormir. Antes, estas líneas, mientras ponen Ben-Hur en la tele; es la Semana Santa, y este filme es un fijo en la programación televisiva, como “Sisí Emperatriz” en Navidad o “Verano azul” en las tardes agosteñas.

Me quedo dormido en la carrera de cuádrigas.

No hay comentarios: