jueves, 3 de mayo de 2007

BRITÁNICAS CHULITAS Y CHULETA RIOJANA

ETAPA 9. SANTO DOMINGO DE LA CALZADA – BELORADO

Santo Domingo de la Calzada – Grañón – Redecilla del Camino – Castildelgado – Viloria – Villamayor del Río – Belorado

7 de abril. 22,9 km.

Quedan: 560,0 km.



Madrugamos más de lo habitual y salimos sin desayunar, al alba, queremos ver salir el sol, pero no será posible, las nubes velan la línea del horizonte, y luego ya se van cuando lo bonito pasó. El amanecer no premia nuestro madrugón, pero sí lo hace Pelegrín, con su trino muy a punto, muy afinado en esta mañana, ramita a ramita, más que volar, salta, y en ocasiones se cierne sobre nuestras cabezas con rapidísimo batir de sus pequeñas alas. ¿Por qué nos guía este pajarito? Y, ¿por qué nos mete tanta prisa?

Tiene Grañón una bella iglesia, el albergue de peregrinos está adosado a uno de sus muros, es famoso el lugar, sabor jacobeo, es castizo si es que se puede aplicar el término, es donde los hospitaleros vienen a aprender a serlo, al parecer en cursos de fin de semana.

Nosotros queremos y debemos desayunar, vemos en la plaza del pueblo un bar con terraza, pasamos de largo, allí nos enfriaremos; están sentadas las británicas a quienes salvamos de dormir al raso, hola, nada, empiezo a pensar que están enfadadas con nosotros pero no alcanzo a encontrar el motivo, más bien al contrario; tampoco es que nos sintamos heridos o indignados. Ellas sabrán.

El trazado del Camino, al igual que en Santo Domingo, coincide con la calle principal. Al dejar la plaza encontramos otro bar, entramos, es un tugurio oscuro, apenas dos bombillas iluminan a cuatro parroquianos que toman chatos de vino. La señora que atiende detrás de la barra nos dice que no hay nada de comer pero que se está pensando el dar bocadillos, porque mucha gente entra y pregunta. Pese a todo, nos deja que nos sentemos en una mesa y que nos comamos un bocata que nos hagamos con el embutido adquirido en el ventorrillo adyacente y el pan del obrador que hay junto al local. Además, nos da aceite y sal para aderezar los emparedados, y se queda charlando con nosotros; “pues este año hay mucho peregrino”, dice, “a ver si me “endecido” a dar de comer y me puedo sacar unas perras, que esto está muy muerto y nadie nos ayuda”. Pues cómo no va a estar muerto si obligan a la gente a pasar de largo. La cuestión es que hemos almorzado más que dignamente, y la dueña nos ha cuidado cuanto ha podido, no pedimos más.

Al poner el pie en la calle resultamos deslumbrados por la luz diurna, tal es la penumbra del covacho del que salimos; pasan junto a nosotros las británicas gorditas, “hola”, digo, intentándolo por última vez. Nada, pasan por delante como si el Camino de Santiago fuera la ruta para peregrinar a la tumba de Enrique VIII.

Enseguida estamos en velocidad de crucero, que es aquella en la se disfruta mientras se viaja: Nos acercamos a Redecilla del Camino, y vemos a nuestra derecha la N-120 (que, según intuimos, debe de sepultar el trazado original del Camino) diseccionando los campos, tan verdes en esta primavera, sembrados de cereal y hortalizas.

Enseguida, dejamos La Rioja y entramos en Burgos, tenemos Castilla para las próximas dos semanas, Castilla la que dicen interminable, árida y agotadora; la que es considerada una simple transición entre el Pirineo Navarro y los Montés de León, como si el paisaje jacobeo fuera exclusivo de los sitios montañosos. Castilla la calurosa, dicen, pedregosa e inhóspita. Nada de eso; Castilla es Camino en estado puro, es mucho Camino, para los pies y para el alma, Camino de fuera y Camino interior. Es soledad; es verdad.

Pasan los muchos pueblos de hoy con amabilidad, como recibiéndonos, sentimos aire de bienvenida en las callejuelas y en las piedras de las casas, y enseguida estamos en Viloria de Rioja, donde nació Santo Domingo de la Calzada; paramos un rato en el albergue de este pueblo, queremos que nuestra credencial de fe y recuerdo de nuestro paso por este pueblín semi abandonado, que no llega a apeadero cuando debería ser estación principal; nos quedamos un rato charlando con los hospitaleros, son una familia catalana, nos invitan a comer pero declinamos con agradecimiento; hay peregrinos dentro, comiendo… pues si están comiendo, sólo pueden ser la británicas. Allí están, en efecto; resultan ser irlandesas, lloran muy emocionadas oyendo música celta que les han puesto en el radiocasete. “Son muy sensibles”, dice el chaval, “muchísimo”, reímos Pilar y yo. “¿Qué me he perdido?”, dice, “es igual”, contestamos con cara de no querer aburrirle con nuestras penas.

Adiós amigos, adiós Viloria de Rioja, enseguida entramos en Villamayor del Río. Allí, junto a la carretera, está el Restaurante León, donde entramos a tomar un vino. Tiene buena pinta el sitio, empiezan enseguida a desfilar platos de legumbres, pescados, ensaladas, carnes rojas… No podemos evitarlo, pedimos una mesa y nos sentamos a comer, lo que hacemos con indisimulado deleite. El chuletón nos vence; a punto estoy de pedir que le envíen por correo los restos a mi hermano Miguel, pero desisto, no creo que lleguen en buen estado.

Quedan menos de cinco kilómetros para Belorado, donde hoy terminaremos. Un perfecto paseo para hacer la digestión. Por el andadero junto a la carretera vamos a ritmo pausado, yo intentando romper piedras con la punta del bordón, golpeo una chiquitina, sale por los aires, hace una cabriola y cae de pie. Me la llevo para dejarla en la Cruz de Hierro.

Estamos en plena temporada alta de Semana Santa. Hay muchos peregrinos a pie y también mucha gente en bici, está el Camino concurridísimo estos días.

La entrada en Belorado se nos hace larga y fea, hay que caminar por el arcén de la carretera; camiones, ruido, humos, peligro; afortunadamente, no tardamos en llegar a la casa donde dormiremos, la Pensión Toñi, que habrá de ser, después de terminado el Camino, uno de los mejores establecimientos de todo el viaje.

Ducha, masaje podal, descanso y a la calle, sellamos en el Albergue “Los cuatro Cantones”, es un sitio privado privilegiadamente publicitado por los autores de la guía de El País: todo alabanzas y una foto de media página; muy descarado; además, nos parece regulín que prácticamente en cada árbol entre Santo Domingo y Belorado haya grapado un folleto anunciando este albergue. Esto le decimos al chaval que nos sella la credencial y se ríe.

Damos un paseo, intentamos entrar a ver la iglesia, pero está atestada de fieles que asisten a los oficios de Semana Santa. Cenamos pronto y poco, y a dormir. El talón de Pilar sigue hinchado y le duele. Me preocupa.

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