miércoles, 9 de mayo de 2007

EL PIRINEO ES NUESTRO

ETAPA 1. RONCESVALLES-LARRASOAÑA.

Roncesvalles – Burguete – Espinal – Viscarret – Linzoain – Erro – Zubiri – Larrasoaña

30 de marzo. 27,4 km.

Quedan: 747,1 km.



No se puede dormir bien, demasiadas incertidumbres tratan de amedrentar el corazón del peregrino y de entumecer sus piernas, imposible descansar como la jornada nos va a exigir. Los sueños son reales, muy vivos, nos sucede a los dos. No podemos dar ya más vueltas en la cama. Nos levantamos antes de que suene el despertador. Pese a que son las siete de la mañana, es aún noche cerrada; cosas del cambio al horario de verano, de nuevo la paradoja, de nuevo la nieve, la niebla… de nuevo forzar la mente a que se despoje de costumbres que creemos inamovibles, inercias pesadísimas… De nuevo otra vida, de nuevo nosotros tal y como, sin más, a las 7,52 horas, poniendo el pie en la calle, miramos atrás, adiós Colegiata, adiós Roncesvalles, “hasta luego”, dice Pilar. Pues eso, hasta luego.

Arranca el Camino, nuestro primer Camino de Santiago.

La mañana tiene problemas para imponer su presencia, la noche cuenta con poderosos aliados: niebla, lluvia, nieve… blanco el cielo, blanco el suelo y las copas de los árboles, blancos los arbustos, blanco el mismo aire que respiramos, niebla espesísima que da trabajo a los bordones, cuidado dónde pones el pie, mal estaría averiarnos en el primer kilómetro.

Como ya habíamos comprobado, es imposible abordar el Camino en su comienzo navarro, mucha nieve, aunque lo pisamos en sus primeros centímetros, exigimos un tributo de magia del que nos sentimos acreedores, allí estamos, parados, diminutos, dejando que el momento nos abrace, nos mezca y, finalmente, nos impela, carretera abajo, hacia Burguete, “ultreia et suseia”, nos viene a la mente, nos lo dijo ayer el cura. Así sea, amigo, ultreia et suseia, aquí y en toda partes, ahora y siempre.

La niebla deja paso a más lluvia, no importa, nada importa ahora, ¿ha de llover?: llueva pues. ¿Tiene que nevar?: hágase; llenamos los pulmones de aire del Pirineo, de aire del Camino, sentimos que nada más necesitaríamos para llegar a Santiago que este aire frío y húmedo, el Camino se convierte por unos momentos en una larguísima única etapa en la que no andamos, volamos, puedo ver el Obradoiro, casi lo toco... me despierta a la realidad del andar pasito a pasito, metro a metro, cuando coincidimos con nuestro primer compañero de Camino, tiene gracia que tan significado encuentro sea con un tipo tan peculiar.

No carga macuto, arrastra un carrito pequeño y ligero que lleva fijado a la cintura con un arnés rígido de varillas de aluminio. Está parado en una acera, fumando. Buenos días, “bos días”, allí se queda, ya nos iremos viendo; se detiene con frecuencia, pero cuando avanza lo hace muy muy deprisa, hablamos unos momentos con él, es brasileño y se llama Sergin, tiene el gesto de quien nunca en su vida ha visto nieve. Brasileño, con coche y a toda velocidad, no podemos por menos que bautizarlo como Ayrton Senna. Será, con los días, un amigo para siempre.

Desayunamos tres kilómetros después de la partida en Burguete (nadie en Roncesvalles da un café antes de las ocho y media de la mañana), allí está Paco, con Jorge, malagueño, veintidós años, nervioso, muy excitado, diría yo que hasta amedrentado por el calibre de la aventura. No se ha preparado físicamente, estrena unas enormes botas de montaña y carga un no menos aparatoso macuto. La verdad es que yo también estaría inquieto en su tesitura. ¿Existe la cara de circunstancias? Si, las nuestras mientras Jorge enumera estas dificultades que ha añadido a su viaje.

Alternaremos con él toda esta etapa, va como una moto; lo de la falta de entrenamiento, si ha de notarse, será mañana, o pasado mañana, porque no vemos que el chaval acuse la dureza de la etapa ni quejarse de su calzado, de sus ampollas o de sus agujetas. Estamos seguros de que no halla preocupación ni temor que le impidan andar, y entonces los problemas para andar no aparecen. Posiblemente así debe de ser casi siempre, y con todas las cosas de la vida.

Paco y Jorge se envuelven en sus ponchos de lluvia y salen, nosotros desayunamos deprisa y poco, apenas el café con leche, queremos andar, andar, andar.

Seguimos carretera abajo, atravesando pueblines, hay niños bajo los dinteles de las puertas de sus casas de piedra protegidos de la lluvia, acaso esperando el autobús escolar, deben de estar acostumbrados a ver pasar a los peregrinos; sin embargo, se quedan mirando a cada uno que pasa, “buenos días”, saludamos, “hola”, contestan con respeto y alegría gran número de ellos.

Piensan, quizás, que un día serán peregrinos, sucederá el día en que dejen de mirar y empiecen a andar, el día en que quieran saber qué hay más allá, en el Camino, cuando el Camino deja atrás sus casas y sus vidas pidan más.

Sigue el andar ladera abajo por el asfalto, bastante tráfico, algunos conductores, en su mayoría extranjeros, nos saludan, buscamos ya una flecha amarilla que nos conecte con el Camino, que nos interne en esa espesura montaraz de pinos, de hayas y de abedules que se nos antoja llena de secretos, es un regalo deseando ser abierto, deseando sorprender tanto o más como sorprendidos deseamos ser… demasiada nieve aún, pero pronto, muy pronto estaremos pisando el barro milenario que llevaremos en las suelas de nuestras botas hasta las losas desgastadas de la Catedral de Santiago.

Docenas de senderos nos invitan a adentrarnos en la montaña, paciencia, paciencia; vemos a lo lejos, como destellos que pugnan por surgir de la niebla, los impermeables de Paco de Almería y de Jorge de Málaga, chillones colores, naranja uno, amarillo el otro, vemos a Sergin detenido de nuevo, tocando la nieve, enseguida nos adelanta a toda velocidad y al poco alcanzamos a los andaluces, se han parado a charlar con los canarios, María y Antonio, hermanos, que están almorzando, nos saludamos todos y enseguida ellos cuatro siguen carretera abajo, nosotros nos ponemos las capas de agua y ya, ahora sí, no hay nieve, sólo lluvia y fango, Camino arriba, hacia Erro, desde Mezquiriz, despacito, cuidado con no resbalar, piedras, regatos, agua que era nieve hace un momento, nieve que deshiela deprisa, deprisa quiere ser río, el bosque aboveda el Camino, flecha amarilla, todo recto, flecha, izquierda, flecha, derecha, flecha, flecha flecha…Ya no abandonaremos el Camino nunca, estará con nosotros hasta el último paso de nuestras vidas.

Subir, subir, subir es lo que toca, hasta Erro, se hace duro, pero pueden nuestros corazones hacernos volar. Vemos, al rato, también hacia arriba, a los canarios, van despacito, conversando, cargados en exceso, nos parece, charlamos unos instantes con ellos antes de adelantarles camino arriba, les preguntamos por “naranja y limón” y entienden perfectamente que nos estamos refiriendo a Paco y a Jorge “siguieron un rato por carretera”. Quizás los veamos más tarde, en Zubiri, o en Larrasoaña. O mañana, o nunca más.

Pausa prolongada en el Alto de Erro, fuera botas, fuera calcetines, fuera capas de agua, almuerzo de frutos secos y chocolate, y mucha agua… Sin niebla debe de haber un panorama único de estos montes y esos valles, querrá Dios que no nos rompamos nada, que nos fijemos más en el suelo que pisamos que en el paisaje que se esconde en la bruma.

Hacemos recuento de kilómetros, no sabemos si son demasiados o son pocos, ¿hace mucho que salimos?, ¿hemos ido deprisa, despacio?, preguntas de peregrinos novatos y, como tales, ebrios de Camino, sobredosificados de emoción. Pasa la carretera junto a nosotros, no hace mucho pasábamos nosotros por ella y ahora nos parece que la carretera la acaban de poner, nos resulta extraña.

Pasa Sergin “Ayrton Senna”, pasan los canarios, nos preguntan cuánto queda para Zubiri, no sabemos, miramos el mapa, alivio compartido, ¡sólo cinco kilómetros y medio!, y son cuesta abajo, festejamos todos la noticia, esto está hecho, a Larrasoaña sólo quedan otros cinco, y lo duro ya ha pasado… ¡qué candidez de peregrino bisoño! La bajada a Zubiri es infernalmente peor que la subida a Erro o a Mezquiriz, pero es lo que hay, despacito que todo llega, Hay barro, rocas y pendiente, hay agua discurriendo por cada grieta, cientos de regatos, esta trocha es una dura prueba… traspiés, uuuyyyyyyyy, resbalón, aaayyyyyy, torcedura de tobillo, carajo!!…

Enseguida, Venta del Puerto, ruinas de un hospital de peregrinos, allí está parado Sergin, contemplando la significación del lugar ahora convertido en establo, vaya enclave maravilloso para un hospital de peregrinos, saludamos al brasileño, seguimos, enseguida nos adelanta, él volando y su carrito volando detrás sobre las rocas que emergen del suelo y amenazan con enviarnos a casa mañana mismo, deja el testimonio de su paso en el barro, líneas paralelas que son la huella de las ruedas del carrito.

Vaya bajada. Esto nos dicen Paco y Jorge –Naranja y Limón– que nos alcanzan llegando a Zubiri, Paco despotrica, si lo llega a saber sigue por carretera, pero bueno Paco, no hay prisa y esto es mucho más bonito, se le ve estresado pero enseguida se le pasa, no tarda en asumirlo, se relaja y disfruta, en Zubiri decidiremos si continuar hasta Larrasoaña o terminar allí la etapa.

Llegamos los cuatro enseguida a Zubiri, cruzamos el río Arga por el puente de La Rabia (a más de uno y de una les daba yo un paseo por este puente para comprobar si hace honor a su leyenda) y entramos en el bar Baserri, sedientos, hambrientos y cansados, enormes bocadillos de chistorra nos devuelven a la vida, Pilar y Jorge se ponen el calzado de descanso, pero pese a ello la decisión de continuar hasta Larrasoaña es unánime ¿¡Quién dijo miedo!?

Estamos terminando el bocadillo cuando entran un joven pelirrojo muy circunspecto, australiano, menos de treinta, acompañado de una mujer agotada, mallorquina, más de cuarenta, que dice haber sobrepasado sus posibilidades físicas, se queja de dolores variados, no sabe si podrá continuar. Nos da la sensación de que le falta un pelín de espíritu, que es como la inteligencia del alma, exactamente lo que aquí viene bien para durar en el empeño, En el cualquier caso, el haber elegido al australiano como compañero de viaje y tratar de seguir su ritmo es un tanto temerario, pues es peregrino curtido (es su tercer Camino) y consumado andarín a pesar del descomunal macuto que lleva, de más de quince kilos según nos informa sin que se lo lleguemos a preguntar; muy rápidos el australiano y su ocasional acompañante, nos han ganado una hora en el trayecto hasta aquí andado.

Recomendamos paciencia a la mallorquina, que parece preferir no ir sola. Allí los dejamos comiendo lentejas y bebiendo vino con gaseosa, después de sellar la credencial; nuestra primigenia idea es sellar sólo en los lugares donde pernoctamos, pero la camarera, frescor navarro donde los haya –seguro que esa sonrisa sabe a pacharán– nos lo ofrece y accedemos, nos hace ilusión.

Arrecia la lluvia, nos envolvemos en nuestros respectivos plásticos y cruzamos en sentido contrario el Puente de la Rabia para retomar la margen izquierda del Río Arga, que nos llevará hasta Larrasoaña. Paco decide ir por carretera, nos parece que anda presuroso por llegar no sabemos adónde, sus razones tendrá, así que vamos Pilar, Jorge y yo; es un bonito paseo vespertino, en poco más de una hora estamos en Larrasoaña, cruzando otro precioso puente (el de Los Bandidos), el Camino está lleno de puentes construidos ex profeso para los peregrinos, grandes pontoneros jalonan la historia jacobea como artífices del fundamental significado de su traza.

A las cinco de la tarde, nueve horas después de la salida, terminamos la primera etapa con gran paliza corporal y creciente excitación espiritual, nos sentimos peregrinos de arriba a abajo y de izquierda a derecha.

Acompaño a Jorge al albergue de la localidad, donde él dormirá, y aprovecho para sellar las credenciales; el refugio está regentado por el sin par ex alcalde de Larrasoaña y famoso personaje jacobeo Santiago Zubiri, quien nos recibe en su despacho con hospitalidad y cierta solemnidad, nos sella y rubrica la credencial y nos invita a escribir algo en su libro de firmas, “todo el que repite quiere leer lo que escribió el año anterior”, nos dice, y anotamos nuestros saludos mientras Zubiri nos da su tarjeta: “Santiago Zubiri. Amigo del Camino de Santiago”; “yo soy Santiago –dice–, pero no de Compostela, sino de “compóntelas como puedas”.

Allí nos despedimos de Jorge, confiando en caminar juntos también al día siguiente. No lo volvimos a ver. Pasarán los días y comprobaremos que se hacen amigos de una jornada, o de dos, y resulta extraño no ir junto a ellos ya para siempre, sobre todo cuando son los primeros compañeros de ruta, pero claro, cada uno lleva su ritmo. Y también el tiempo nos enseñará que hemos venido a andar sin demasiadas compañías; o sea, que es normal que perdamos de vista a Jorge. Nada es azar.

Sangalo, el propietario del café-bar-restaurante-pensión Larrasoaña nos acoge con cariño y un punto de caridad, tal debe de ser nuestro aspecto cuando entramos en el establecimiento, nos sentimos entrañablemente alojados, como en casa de un amigo, ducha y paseo para estirar los músculos y tendones y para evitar las agujetas de mañana, abre la tarde, sale el Sol, mañana hará buen día, vaticino, pasándome de listo, mientras volvemos a casa de Sangalo, Allí está Paco recién aseado, tomando un vino, tomamos un vino con él, charlamos con Sangalo, hablamos del Camino, claro, no podía ser de otra manera; cenamos pochas con verduras y a dormir antes de las diez.

Qué buen comienzo: esto promete… y parece que cumple.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mañana llego a Roncesvalles para empezar mi Caminooooo el domingo desde allí. Ya estoy inquieta, me siento un poco como describes con mil incertidumbres y muchos nervios. Ya quiero empezar a andar.