
ETAPA 14. HONTANAS – FRÓMISTA
Hontanas – Castrojeriz – Puente Fitero – Itero de la Vega – Boadilla del Camino – Frómista
12 de abril. 34,6 km.
Quedan: 454,8 km.
Al despertar me pregunto qué fue del pronóstico del tiempo. Recuerdo haber querido saberlo pero no recuerdo saber nada al respecto. Debí de quedarme dormido. Pobre Maldo, tanto esfuerzo para nada.
El amanecer nos trae la constancia de no saber dónde estamos, y eso, creo, es síntoma de haber dormido bien, pues despierta uno sin saber el lugar en el que comenzó a soñar, y claro, el comienzo del sueño se solapa con el sueño mismo que es estar aquí y haber llegado paso a paso, deben de ser unos trescientos kilómetros, y eso en sí mismo es casi más real si se sueña que si se vive.
En realidad, todo el proceso descrito apenas dura unos segundos, acaso unos cuantos menos de un minuto para sabernos en este sitio que es el mismo al que ayer llegamos y que nos está diciendo adiós casi antes de que ambos pies pisen el suelo, que este suelo que ahora pisamos tras el tránsito nocturno es tan Camino como el suelo estándar del peregrino.
Tomamos un yogur de la nevera que hay en la zona común de la casa rural, y dejamos el correspondiente euro encima de la nevera, siguiendo las instrucciones que ayer nos precisó Pilar, la casera; al final, entre las coca-colas, las cervezas y los yogures, a razón de euro por unidad, hay una montañita de monedas. Mejor para todos.
Nada más hay para desayunar, pues en el albergue despachan el trámite con máquinas de bollos y de café, pero nos apetece desayunar en condiciones… Decidimos entonces andar un rato y almorzar en Castrojeriz, que no cae demasiado lejos y donde con toda seguridad encontraremos lugares apropiados para ello.
El Camino abandona este especialísimo lugar por una media ladera de buen andar, y enseguida nos pasan los ciclistas valencianos junto a los que cenamos anoche, los dejamos hace un ratito engrasando sus máquinas con espráis arreglatodo, no en vano tienen que hacer hoy un porrón de kilómetros (anoche dijeron en la cena que la próxima excursión que hagan será la ruta del Ebro). Orillamos nuestro andar para que pasen, no queremos romper su media diaria de velocidad, y ya son historia, un recuerdo deleble que permanece más por la voluntad de esta crónica que por la intención del cronista.
A partir de estos días bajará la afluencia de peregrinos y de ciclistas, se nota que acaban las vacaciones de Semana Santa.
Nada queda ya que pueda perturbar el tránsito, el caminar constante a los lugares sagrados del Camino, que son aquellos donde la historia decide que la magia sea anécdota a favor del espíritu. El Arco de San Antón, en las ruinas del monasterio del mismo nombre, llega enseguida y no cabe más peregrinismo en este momento, somos tan medievales como aquellos que por aquí pasaron hace tantos siglos, y los bloques ordenadamente amontonados que quedan de lo que otrora fue el edificio no hacen sino acentuar el sentido verdadero de la perdurabilidad de la peregrinación: el tiempo puede con las piedras, pero no con el éter peregrino. Comprendemos que lo eterno se compone de fugacidades encadenadas, que son los pasos que por aquí anduvieron dando ánimo a otros que llegaron, y en esa cadena están ahora también nuestros pies con esa misma intención de proporcionar eternidad a sus propietarios.
Nada más necesario que ese ánimo, ni más imprescindible que detenerse bajo el Arco y sentir el torrente jacobeo en cada porción de uno. Tiene que ver todo esto con el telurismo: tierra, Camino, pies y cielo… es un hilo conductor vertical e invisible que mueve las marionetas que somos los peregrinos hacia Santiago de Compostela. Como a los antonianos, también a nosotros nos protege nuestra TAU, que palpo inconscientemente cuando paso bajo el arco, y me siento reconfortado al saberla en mi pecho, junto a mi corazón.
Orden de San Antón, es más historia oficiosa, y la oficiosidad otorga categoría de misterio al relato que quiso ser Verdad Oficial.
Una larga recta por estrecha carretera en la que pasan coches como si se rifasen el Mil Lagos y aparece entre la bruma que quizás anoche anticipó el Hombre del Tiempo un conjunto de casas al pie de un cerro, como una suerte de ofrenda antigua a esa pequeña montaña que aloja las ruinas de lo que parece un castillo; a lo mejor simplemente Castrojeriz está ahí de esa manera porque el cerro lo protege del frío, del olvido y de mil batallas en la noche de los tiempos.
Hay varias cosas que hacer aquí; la primera, desayunar. La segunda, traer a Resti, el hospitalero, recuerdos y saludos de mi amigo Marcos, que estuvo con él de voluntario hace unos años. La primera tarea la cumpliremos estrictamente, pues venimos en ayunas y el cuerpo nos exige, más que pedir, el bocata que nos comemos. Allí está Vidal, y, desde ese momento, lo que le quede por andar en este Camino lo hará con nosotros. El segundo de los cometidos quedará pendiente, pues a la hora que pasamos el albergue está cerrado y, además, Resti ha salido, según nos dicen en el bar de al lado. Otra vez será. ¿Se sentirá Resti acreedor de la fama que le acompaña? No creo, no estaría aquí haciendo esto.
Lo que sin duda no podremos dejar para otra vez es la ascensión al Alto de Mostelares; desde la cumbre de este otero comprobamos que ya sí, a partir de aquí ya es esto Tierra de Campos, tierra plana y campos –claro– eternos cuyo horizonte se traga la calima como tributo a la rectilínea infinitud de Castilla, Este pronunciado cerro es accidente inesperado que añade gracia al plácido andar de estos días castellanos y que nos sitúa en el paso hacia la provincia de Palencia, que pisaremos por primera vez en nuestra ruta hacia Santiago poco después, al pasar Puente Fitero; justo antes del puente –otro puente caminero, extraordinario–, el Albergue de San Nicolás, nada hay de improvisación, nada es azar, está el refugio justo donde debe, a la vera del río, en el exacto lugar en que el descanso cobra sentido y el agua que baja recuerda al peregrino que la vida es un discurrir y que nada puede la voluntad contra los imperativos de su cauce.
En el rabillo del ojo está el albergue cuando vadeamos el Pisuerga por este Puente, y hace Sol y frío justo cuando entramos en Itero de la Vega.
Allí, en Itero de la Vega, buscamos sitio donde tomar un tentempié y descansar de tanto llano, que este andar repetitivo tanto tiempo por buen firme cansa el pie y provoca ampollas y dolores plantares; de las primeras, ni una por el momento; de los segundos, sí, pero se pasa rápido cuando descansamos y nos descalzamos.
Buscando buscando la cervecita y el bocadillo doblamos una esquina según instrucciones de las flechas amarillas y vemos una mesa de jardín en la calle con unas cuantas sillas; allí está sentado Sergin, ¡cuánto tiempo, qué alegría!, lo abrazamos y nos sentamos con él; sacamos las viandas que cada uno llevamos en los respectivos macutos y adquirimos unas latas de cerveza en la tienda adyacente, y allí, entre chorizo, salchichón, queso, jamón y fotografías discurre uno de los momentos mas sencillamente perfectos de nuestro Camino de Santiago. Más de una hora muy larga que se nos hace cortísima toma ese momento.
Sergin dice que quiere ralentizar su paso, tiene aún muchos días y desea disfrutar más de todo esto: o sea, lo mismo que decidió Peter, el alemán chimenea. Nos damos los emails, le dejamos a Sergin nuestro teléfono, si estás en Madrid no dejes de llamarnos, otro abrazo, emoción, despedida, pero como es de peregrino a peregrino lo es también de corazón a corazón, y por eso no sabe a definitiva, sin que ello tenga que ver en absoluto con el volverse a ver, sino más bien con no dejar de acompañar, que el alma sabe más de compañía que el cuerpo o la tierra y el cielo.
Pilar, Vidal y yo dejamos a Sergin allí, sentado, disfrutando de su mismidad, de su serena soledad. Es su segundo Camino, e irradia una luz de solvencia espiritual que no recuerdo haber percibido nunca antes en nadie.
Buen Camino, Ayrton Senna. [Aquí se encuentra su periplo: http://carrinho.zip.net/]
Ocho kilómetros de llanura y llegamos a Boadilla del Camino, entramos en el albergue privado que allí hay, junto al rollo jurisdiccional, o picota, a tomar un refresco antes de afrontar el último tramo de la larga etapa de hoy; está bien resuelto el albergue, que tiene anchos jardines en los que descansar; jardines, por cierto, decorados con capiteles románicos y otras piedras antiguas tirados por el suelo. Chocante. Le pregunto al chaval que lo regenta y me dice que esas obras de arte provienen de anticuario, que, a su vez “los encontró en los sembrados de alrededor del pueblo”. Me parece que no me lo creo. Mucho románico de derribo es lo que se prodiga en estas tierras.
Cuando salimos, entran dos empleados de una funeraria a tomar una cervecita al bar del albergue.
Vamos ya cansados y con los pies, piernas, caderas y hombros resentidos, hacia Frómista, particularísimo enclave jacobeo por los edificios antiguos que contiene, entre los que sobresale la Iglesia de San Martín, que no podremos ver al llegar por que está cerrada.
Estamos un punto por encima de cansados tras dos jornadas consecutivas de 35 kilómetros más lo acumulado a estas alturas, pero no importa, el paseo es muy bonito, andamos junto al Canal de Castilla, y nos fotografiamos en una espectacular exclusa a la entrada de Frómista. Pilar y yo teníamos habitación reservada en un estupendo hotel, que ya está completo, por lo que Vidal tiene que buscar un hospedaje alternativo, pero quedamos para cenar.
Antes de registrarnos, vemos a las Chicas de Oro bajando del coche de apoyo, contrariadas porque el hotel está completo. Se las ve cansadas en exceso, nos parece que es porque andan demasiado deprisa, es un error de novatos, y si nosotros no lo cometimos al principio de nuestro Camino fue porque el estado del firme, embarrado, pedegroso, muy resbaladizo, apenas nos los permitió.
Ducha, masaje, paseo y bajo a escribir un rato al bar acompañado de mis notas, de la soledad del momento y de una jarra de cerveza helada. Esto ha de ser el paraíso. Apenas llevo escritas cuatro líneas cuando me aborda un hombre, francés, de unos sesenta años, peregrino, que duerme en el albergue (bien montado en Frómista, a la altura que cabe esperar de un enclave tan propicio a la visión global del Camino); está solo, tomando un vino, y quiere charlar, con mucho gusto, hablamos de muchas cosas… de catedrales, de templarios y de masones, del Motín del Té, de la Revolución Francesa (y de la americana, claro, pero por este orden, no por el cronológico), de la importancia del Camino como arteria de ideas y de saber; hasta conversamos de física y de metafísica; de las piedrecitas para la Cruz de Hierro; de peticiones al Apóstol, del cáncer de su yerno y del ruego que su hija, agnóstica, le hace para que pida a Santiago y salve a su amado esposo… de creer y de creencias, de fe, de ciencia y de vida...
Enseguida llega Vidal y baja Pilar, entramos a cenar e invitamos a este peregrino a que nos acompañe. No habla español, y ni Pilar ni Vidal, inglés, con lo que me paso la cena de traductor simultáneo, lo cual que me viene estupendo para desoxidar: la charla casual es el tres en uno del segundo idioma.
Al acabar la primera botella de vino entran todos los de la RAI, ruidosos, alegres, italianos, Se ha incorporado hoy al equipo de producción una chica muy joven, dicharachera, que habla buen español, y tiene mucha curiosidad y ganas de hacer el Camino, se promete que lo hará, y las promesas que alguien se hace a sí mismo son de obligado cumplimiento, asegura.
La cena ha sido apasionante, la conversación con el francés, interesantísima, pero pese a ello no coincidiremos más con él, porque tiene una rodilla sobrecargada y mañana se tomará la jornada de descanso. Viene andando desde su casa, en el centro de Francia.
Qué pérdida de tiempo es no tomarse la vida como aquí es, en el Camino, donde se intercambian sentimientos en muy poco tiempo, donde no hay miedo a hablar, donde decir lo que se piensa no hiere a nadie, o, mejor dicho, nadie se siente herido por nada que se diga, como si la susceptibilidad fuera aquí un concepto desconocido, una palabra inexistente… donde nadie destaca adrede.
Dos botellas de vino entre nosotros cuatro es una cantidad que, añadida a la paliza de hoy, convierte la marcha a la cama en trámite de urgencia.
La jornada de hoy ha sido así, como se ha contado: completa.

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