miércoles, 2 de mayo de 2007

¿PAGAR POR ENTRAR EN LAS IGLESIAS?


ETAPA 12. ATAPUERCA – BURGOS

Atapuerca – Cardeñuela / Ríopico – Orbaneja – Castañares – Burgos

10 de abril. 23,1 km.

Quedan: 507,4 km.

La mañana de hoy tarda en aparecer, como esa otra, la primera, la que amaneció hace doce días en Roncesvalles cuando ya estábamos despiertos, alerta. Hoy creí que el reloj estaba roto, tocaba amanecer y la noche seguía pegada al ventanuco de la habitación, empañado por dentro y congelado por fuera, desea ser abierto para dejar paso al viento y a la nieve. Ese gusto le doy, abro, y el frío que entra me da la vida hoy y despierta a Pilar con el embozo bajo la nariz.

También ahora oigo el silencio de la nevada, y me parece imposible que hoy haya que ver y tocar autopistas y coches y ciudad y todo eso, después de Atapuerca, un sitio donde creo haber estado antes, quizás un millón de años antes, rastro genético que convierte en déjà vu cada instante vivido aquí, junto a la macrotumba de nuestros antepasados.

El desayuno es frugal, y ya estamos interponiéndonos de nuevo entre la nieve y el suelo, vemos caballos de peregrinos a caballo atendidos por los mozos, que hacen también las veces de personal de apoyo para los jinetes. Al punto, una duda asalta a Pilar: al llegar a Santiago, ¿a quién dan la Compostela, al peregrino o al caballo? Es un acertado asunto, también respecto de los caballistas, este de las Compostelas.

Mucha nieve y mucho frío; a diferencia de ayer, hoy sí hay muchos peregrinos (¿por qué corren tanto?), pero no tormenta, con lo que nuestro andar tiene más calma y sin embargo mucha menos pasión.

Remontamos el cerrillo que se interpone entre Burgos y nosotros, hasta llegar al Alto de la Cruz, y descansamos junto al crucero que hay allí, incrustado en el extremo de un poste que otrora lo fue de la luz. Al llegar ya hemos adelantado a casi todos, que se han ido quedando atrás para hacer pises, estiramientos y almuerzos. Ha salido el Sol y podemos ver desde este promontorio los Montes de Oca, ya caminados, y la bajada hacia Burgos, por andar, delante, y hay un límite clarísimo a partir del cual desaparece la nieve, una línea trazada con mano firme, precisa, que indica el paso del monte al llano, o eso nos parece creer.

Bajamos hacia Cardeñuela y la temperatura se suaviza casi enseguida en esa frontera de la nieve, nunca habíamos visto algo así; el paisaje helado se aparta para que aparezca el Sol, y vemos un corzo perdido, corriendo de un lado a otro de ese pequeño páramo que queda al descender el Alto de la Cruz, hasta que al fin encuentra su camino y corre hacia la nieve, hacia la sierra, hacia la montaña a la que pertenece.

En Orbaneja tomamos un café y al salir del bar empieza de nuevo a nevar y ya intuimos la civilización, casi podemos olerla. Esta intuición es el instinto de una certeza, inevitable e inesquivable. Comenzamos ya mismo, en pocos metros, un penoso andar entre las pistas de un aeródromo, vertederos, carreteras nacionales… no es que tenga esto nada de extraño, es que en el caso de Burgos esto dura mucho; qué se le va a hacer, es lo que hay.

Al llegar a la orilla del Arlanzón nos damos una tregua; el correr del agua nos serena, nuestro hotel está a la entrada de la ciudad siguiendo este cauce, decidimos relajarnos y tomamos un aperitivo junto al mercado ambulante que hoy se instala en el aparcamiento del estadio de fútbol.

Apenas a 300 metros nos espera una ducha interminable, un grandioso masaje en los pies y un descanso previos a una estupenda comida en La Cueva, junto a la Catedral, a unos dos kilómetros de nuestro hotel, y dos más de vuelta. Por andar, que no sea. ¿Es que no hemos venido a esto?

Nos abruma un poco el bullicio que hay en Burgos, que aumenta a medida que nos aproximamos al centro; hoy es sábado, y vacaciones, y esto supone estridencias sin fin que se multiplican en las proximidades de los sitios típicos. A la vuelta al hotel, pasamos por las oficinas del Cabildo de la Catedral para sellar la Credencial; queremos también visitar este magnífico templo, pero tenemos que pagar. No entendemos. ¿Habría Catedral de Burgos sin Camino de Santiago? Y, ¿habría Camino de Santiago sin peregrinos? No será la primera ni la última iglesia en la que los peregrinos tienen que pagar por visitar. Menos jacobeos, menos indulgencias, menos fariseísmo; empiecen ustedes por el principio. Nadie debería pagar por entrar en una iglesia, pero cobrar a los peregrinos nos parece un abuso de fe.

Salimos un poco enfadados por el asunto este del pago por visión, y vemos, a lo lejos, a Peter, el alemán que cuando no anda fuma, se le ve cansadísimo, parece sentir que las fuerzas no le alcanzarán para llegar al albergue, en la otra putapunta de la ciudad. No tenemos ocasión de hablar con él, va lejos.

La siesta de hoy es profundísima. No salimos a cenar. Un sándwich en la cafetería del hotel y a dormir, que mañana hay lío.

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