jueves, 10 de mayo de 2007

TODO LLEGA

ETAPA 0

28.03. MAJADAHONDA-PAMPLONA



Nos hemos levantado pronto, por los nervios, como cuando vienen los Reyes Magos, y enseguida nos hemos puesto a organizarlo todo. Los macutos han quedado listos al momento, y hemos ponderado que su peso era el correcto: claro, llevamos lo justo y necesario… (¡Qué soberbia la nuestra!, comprobaremos unos días después).

Hemos estado un rato en la calle esperando a Luis, que nos llevará a Atocha, donde tomaremos el tren a Pamplona. Nieva, y bajo la nieve elegimos estar sin decir nada, sin decirnos nada: toca mismidad, toca pensar en la fuerza de las piernas y en la del alma. ¿Será la nieve quien nos lo diga? Quiere hablar; afinamos el oído, pero no logramos descifrar el susurro.

Llega Luis. Nos parece una eternidad el rato que hemos estado esperando, y vamos nerviosos en el coche. Al bajar, Luis nos hace una foto, con nuestro atuendo peregrino, a la entrada de la estación. Qué foto más típica, y qué necesaria.

Antes de subir al tren hemos picado algo, aunque es pronto; tenemos el biorritmo trastocado por la emoción del viaje y por el cambio al horario de verano… Qué paradoja, horario de verano, con la que está cayendo en media España.

Subimos al tren con un buen chute de ansiedad, no podemos esperar, queremos estar en marcha, cada minuto es inacabable; apenas nos hemos sentado en los asientos 5A y 5B del coche 7 del Alaris de las 14,10 Madrid-Pamplona, decidimos enviar un mensaje a familia y amigos para participarles nuestra ilusión infinita en este inicio. Les decimos que el tren acaba de arrancar, y que nos sentimos muy peregrinos. Todos contestan con emoción compartida y cariño correspondido.

No ha recorrido el tren un kilómetro y ya casi hemos dejado atrás las preocupaciones de nuestra vida habitual… ojalá pudiera decir que lo habitual es lo contrario de lo que ahora dejamos atrás. ¿Despedida vital? Me lo pregunto pero no me lo contesto.

El viaje pasa rápido. Estábamos cansados y no nos ha resultado difícil echar varios duermevelas durante el trayecto. Mucha nieve; mucha más según alcanzamos el norte, y muchísima a la altura de Soria. Si seguimos así el Camino estará impracticable en Pirineos. Sin embargo, al entrar en Aragón la nieve ha desaparecido, y ya en Navarra apenas vemos unos copos. Esto nos tranquiliza, aunque no sabemos por qué haya de inquietarnos la nieve; y este pensamiento, al punto, me desazona. Luego pienso que tenemos por delante unos cuantos días para perder las inercias y los miedos absurdos propios de la vida moderna. Entonces sólo tendremos mente y corazón para lo que haya por delante. ¿Será tanto como creemos?

Al bajar del tren, y sin saber por qué, miramos a derecha e izquierda. Más tarde supe qué mirábamos, a quién buscábamos… buscamos a quien nos hubiese de buscar: peregrinos que hubieran compartido viaje con nosotros y compartieran entonces andén. Ninguno vimos.

La gente nos mira como diciendo: “adónde irán estos con la que está cayendo”. Nos vemos reflejados en los ventanales del vestíbulo de la estación y no nos reconocemos así vestidos, habrá que acostumbrarse. Salimos rápido y andamos alrededor de una hora hasta el hotel donde dormiremos la víspera de la llegada a Roncesvalles. Andando, y no de otra manera, es como debemos ir. No nos vemos en un autobús o en un taxi, y esto quizás sea una señal.

Apenas nos registramos salimos a dar un paseo por Pamplona. Buscamos el albergue de peregrinos, adyacente a la Iglesia de San Saturnino, pues conociendo su situación podremos sellar nuestra credencial el día 31, cuando volvamos a pasar por la ciudad, pero a pie. El albergue está cerrado, y remite a los peregrinos al refugio de Cizur el Menor, a casi 5 kilómetros. Esto contraría a bastantes de ellos que llegan cansados a esas horas, las siete y media de la tarde, después de haber andado todo el día, y se ven obligados a afrontar otro trecho bajo la lluvia o bien a conseguir un alojamiento alternativo. Todos pasan de largo en silencio, superando el obstáculo sin protestas, sin lamentos, sin más. Si hay que seguir, se sigue. Este primer contacto visual nos estremece un poco e incluso nos asusta, vemos rostros cansadísimos, que asoman un enorme sacrificio por haber llegado hasta aquí.

Nos reponemos del impacto con unos pinchos en las tascas de la calle Estafeta, estupendos, y a las 9 estamos en el hotel, vencidos por las tensiones propias de toda jornada previa. Mañana decidiremos si esperamos hasta las seis de la tarde para tomar el autobús a Roncesvalles o subimos en taxi antes del mediodía.

El cuerpo y el corazón nos piden Camino. Es más que una sensación. Es para lo que hemos venido. ¿Qué tiene el Camino de Santiago que tanto llama? Quien lo sepa, que lo diga (si se atreve). No creo que pueda saberlo ni cuando acabemos, si es que lo logramos; acaso no sea importante el terminarlo, sino el andarlo; acaso el final no sea sino un principio, como este principio se me antoja un inicio, más que un comienzo.

Por supuesto, la llegada a Santiago será un momento vital único, pero también la sucesión de hechos y vivencias que estamos a punto de iniciar… otra vez iniciar, introducir a alguien, introducirse uno, en una ciencia o materia. Hay quien dice que el Camino de Santiago es un viaje iniciático; es curioso que esto lo haya escuchado sólo de gente que no ha peregrinado; quien sí lo ha hecho nada dice al respecto. ¿Será la confirmación de que así es?: otra buena razón para comenzar a andar.

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