viernes, 4 de mayo de 2007

UNA FUENTE QUE DA VINO

ETAPA 5. ESTELLA – LOS ARCOS

Estella – Ayegui – Azqueta – Villamayor de Monjardín – Los Arcos

3 de abril. 21,8 km.

Quedan: 659,2 km.



Nos levantamos, como casi todos los días, al amanecer, esto es, alrededor de las 7; sin embargo, hoy nos hemos despertado antes por el trasiego de la logística callejera que organiza el montaje de vallas y podiums para la carrera de bicicletas, el Criterium Miguel Induráin, que se disputa en los alrededores de Estella, con salida y meta en esta localidad. Son los sonidos del despertar urbano, que se unen a los alcohólicos cánticos regionales que toda la noche han amenizado el forzoso duermevela de este vecindario al que ocasionalmente pertenecemos.

Es la quinta jornada de Camino y, durante el desayuno en un bar de la plaza, analizamos nuestro estado físico y mental y el acierto o error en nuestro planteamiento andariego. Pilar ha pasado algunos momentos muy difíciles, y no estamos dispuestos a que eso siga sucediendo. El sufrimiento es, para nosotros, ingrediente, no finalidad ni objetivo en el Camino de Santiago. En primer término, hemos comprobado que nuestra alimentación no es la adecuada; después de la reconstituyente (que no opípara) cena de anoche, hoy desayunamos tortilla española que acaban de sacar de la cocina, zumo de naranja, pan tostado y café; dar cuenta de este desayuno es una muy poco difícil decisión estratégica que nos llena de energía las piernas y el corazón. Por ello, decidimos que comeremos algo, con hambre o sin ella, cada hora y media, en que aprovecharemos para detenernos, con o sin cansancio, y sentarnos al menos quince minutos, independientemente de las visitas que hagamos a monumentos.

Decidimos también no preocuparnos por la supuesta dureza de las etapas, porque vemos que esto condiciona nuestra manera de afrontarlas. En resumen, comer más y mejor, descansar con frecuencia, disfrutar más del paisaje y no preocuparnos de lo que no tiene remedio (o parece no tenerlo), porque no ha de ser tan duro o difícil como parece.

El resultado será espectacular, porque el acierto es total. Empieza un nuevo Camino, otro, distinto…; días después nos damos cuenta de que no es que nos hubiéramos equivocado en la manera de peregrinar en esta ruta, es que el Camino no le cambia a uno en diez minutos.

Oiremos mucho más, mucho mejor, lo que el Camino dice, que es puritita verborrea, más vida misma, mucha vida. Ahora sí, ahora todo cobra perspectiva, todo tiene más sentido, y eso que no hay sentido que valga en nuestra búsqueda, si es que hay búsqueda que valga, menudo sinsentido.

Sabios como ancianos, ingenuos como niños… de verdad que ahora empezamos el Camino de Santiago.

Pero antes de todo eso tenemos que ponernos en marcha.

Recogemos de la pensión estellense nuestros aperos peregriniles, pagamos a gusto por un mal servicio (embobamientos jacobeos que vienen y van) y partimos hacia Los Arcos, nos apetece mucho esta etapa: beberemos el vino que, según dicen, mana de una fuente junto al Monasterio de Irache, y recorreremos luego, al principio del final de la etapa de hoy, un gran tramo de doce kilómetros sin pueblos ni aldeas ni carreteras ni nada de nada: sólo Camino, sólo ella, sólo yo, sole-dad; Camino y soledad, embroque que abre los ojos del corazón a la luz del conocimiento, y las ventanas del alma a las brisas de la certidumbre.

Ayegui llega antes de entrar en Ayegui, no sabemos si hemos llegado al pueblo o el pueblo ha llegado a nosotros desde Estella, no hemos salido de uno y ya estamos en el otro, farmacia y vaselina, ¿hay tienda?, “si, más arriba”, hay que concentrarse en lo de los víveres, allá vamos, “por favor señor tendero, algo que alimente mucho y pese poco”, pan bimbo, cuarto y mitad de salchichón, un kilo de naranjas y agua de Lanjarón, gracias, “de nada” no es que poco pese esto, es que pesa en mi mochila más que las millas andadas; de necesidad virtud, de necedad, vid, no es juego de palabras, es la abreviatura del círculo vinícola.

Tiene muy buena pinta la mañana, reventando está la primavera en estos campos, en los bosquecillos que atravesamos hacia arriba para llegar a la fuente del vino y… ¡Caspita, es cierto!, qué regalo para tanto vinolari como circula por el Camino (ojo, que no se puede llenar la bota, aviso a listillos), una placa dice:

"Peregrino si quieres llegar a Santiago
con fuerza y vitalidad
de este gran vino echa un trago
y brinda por la felicidad”.

Bebemos, bebe Sergin también y bebe un peregrino tarraconense que viene desde Somport y que nos hace una foto y una le hacemos con su cámara. Sergin espera a que sean las diez de la mañana, aguardamos con él para andar un rato juntos, a esa hora sus amigos de Brasil se conectarán con la webcam que aquí hay para saludarles y brindar con ellos, cosa que hace y salimos los cuatro camino del Monasterio, que entramos a visitar, nos encanta pero los pies mandan y quieren andar. En la bifurcación nos separamos, Sergin quiere caminar solo, también nosotros, se va Azqueta por el atajo, nosotros seguimos con el amigo tarraconense, que se queda finalmente almorzando en una cafetería que hay por allí.

Solos otra vez estamos en el Camino que queremos, casi podemos oír al Patrón llamándonos, ¿por qué nos sentimos tan ajenos al resto de los peregrinos? Sergin lo entiende así también aunque ya nos tenemos cariño, vamos coincidiendo, charlamos cuatro palabras y nos despedimos, arrea como un cohete para luego volvernos a encontrar cuando él descansa y lo dejamos allí, no paramos y lo agradece… Qué buen rollo proporciona hacer las cosas sin tener que explicar ni racionar los afectos, sin sentir que se da menos de lo que se puede pero dando tanto como se tiene, sin pretender nada, nada de nada de nada de nada.

Agradecemos la sombra de un bosque de robles, Azqueta está ahí arriba, almorzamos, apenas vemos peregrinos en estos días del comienzo, y eso que es año jacobeo; eso de la masificación acaso se verifique en lugares más cercanos a Santiago, alejados de estos otros en los que estamos nosotros y un puñado más.

Los hitos de la jornada pasan a cámara lenta y jalonan este nuevo planteamiento nuestro más acorde con lo que esperamos de este viaje, pasamos por la llamada Fuente de los Moros, un simple aljibe al que se dedica una sobria construcción de inspiración árabe, una sorpresa en estas tierras que empiezan a ser menos voluptuosas en su orografía y también en su arte y arquitectura.

Villamayor de Monjardín es el último pueblo antes de Los Arcos, nos quedamos con las ganas de ver la Iglesia de San Andrés, está cerrada, la mayoría de las iglesias, colegiatas y otros edificios antiguos están cerrados, nos resulta chocante y más aún, frustrante, qué se le va a hacer, alguna compensación obtendremos.

Ya sí, ahora enfilamos ese tramo hasta Los Arcos, doce kilómetros solos, no vemos más peregrinos, ni por delante ni tras nosotros, amo esta soledad, como amaré las soledades castellanas de los próximos días, amores decuplicadamente correspondidos que me habrán de cambiar para siempre. Hoy, aquí y ahora, un aperitivo: campo y horizonte, la naturaleza se vuelve austera, el cereal pugna por crecer en esta tierra adusta, las primeras vides acompañan después nuestro andar como anticipo del Camino riojano que mañana mismo pisaremos; hace Sol, hace calor y no hay donde llenar la cantimplora, menos mal que reforzamos la reserva de agua ante esta eventualidad.

Arriba, pero casi más cerca de la tierra que de nuestras cabezas, vemos dos cigüeñas acosando a una rapaz, expulsándola de un cielo territorializado, vedado a las garras de azores y ratoneros, zona de exclusión aérea para protección de los pollos; nunca hubiéramos creído que las dulces cigüeñas pudieran ser tan agresivas; otro prejuicio roto, otra novedad que, entre líneas, ofrece mucha moraleja. ¿Hay un refrán que dice “del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libro yo”?

No hay nada salvo nosotros y el Camino. Ni siquiera pájaros, no suena revoloteo… nos detenemos, como estatuas que miran hacia atrás pero no son de sal, nada se oye, nada… ¿nada? Sí, se oye un leve trino, un canto de pajarillo, a la izquierda, ahí, sobre ese arbusto, lo miramos y nos mira, parece desgañitarse cuando advertimos su presencia, vuela adelante hasta el siguiente arbusto, y allí se queda, mirándonos, gritando lo más fuerte que puede, cimbrea la ramita sobre la que está posado; avanzamos hasta ese arbusto y gira su cabecita, apunta con su pico hasta el siguiente matorral, seguimos andando, sigue volando. Paramos y se detiene; al poco, salta hasta el siguiente arbolillo caminero. ¿Nos está guiando? Con toda seguridad. Esa es su misión, que cumple con el cariño que recíprocamente le profesaremos con el paso de los días. Ya no dejaremos de verlo hasta bien entrado el Camino, dentro muchos días, cuando ya sólo podremos echarlo de menos por siempre jamás.

El camino es amplio, hay horizonte, mucho, este es el Camino que imaginé y soñé… es infinitud, soledad y piedras, es el silencio que deja pasar sólo los sonidos del alma.

Andamos a buen ritmo, los descansos previos permiten que el caminar sea ligero, hemos acertado con esta nueva administración de las fuerzas, que lo es, a la postre, de las capacidades. Aproximadamente a mitad de tramo, nueva parada para comer y descansar, nos quitamos botas y calcetines, masaje con vaselina y alcohol de romero, y cuando reemprendemos, después de media hora, es como si comenzásemos la etapa. Claro, el cansancio se pasa descansando.

Los Arcos no llega, estamos prevenidos, se encuentra detrás de un collado que tapa su visión, pero aún así, sabiéndolo, el no tener referencia visual del destino fatiga el cuerpo y el espíritu; a cada curva, como también después de coronar cada cuesta, estiramos el cuello buscando un campanario, acaso el pararrayos de la iglesia, pero nada. Y de tanto otear vemos a alguien peregrinar en sentido contrario al nuestro, lejos, “este se ha equivocado”, pensamos a coro, y mientras se acerca nos choca su estrafalario y folclórico atuendo: lleva un traje de terciopelo negro con botonadura de plata, parecido a la indumentaria charra de los mariachis, y, como ellos, porta un gran sombrero de ala ancha bordado con hilo de color; no carga macuto sino un hatillo cruzado a la espalda, en bandolera. Es muy corpulento, muy joven y muy rubio, viene sofocado, le damos agua y le digo “Santiago es hacia allá”, y él señala la dirección opuesta a la nuestra (la suya) y dice: “Alemania”. Ya ha estado en Santiago y ahora le toca regresar. Es una buena peregrinación, y coincidimos Pilar y yo en que habría que volver también andando, pero hasta casa, esto es que lo que se debe hacer, aunque no hay tiempo (¿no hay tiempo…?). Más tarde nos contarán que este chico pertenece a un gremio de carpinteros del Sur de Alemania que tiene como tradición tras terminar el aprendizaje del oficio dedicarse dos años a vivir de su trabajo fuera de casa, trueque de talento profesional por comida y cama. ¿No seremos nosotros los folclóricos y estrafalarios?

Hemos visto una casa, eso ha de ser Los Arcos, debemos de estar a un kilómetro escaso, miro hacia atrás, vemos a dos caminantes que andan muy deprisa, uno de ellos incluso trota ocasionalmente para no perder el paso del otro, que debe de ser el “capitán” del equipo. Rozan la cincuentena, y en ese andar rapidísimo, en ese respirar atlético, manifiestan frontal rechazo a lo irreversible del paso de los años –de los suyos, eminentemente–. No llevan macuto, nos adelantan y nos despeinan con su rebufo. Viene detrás el peregrino tarraconense que nos hizo la foto en la Fuente del Vino, también deprisa, pero no de carreras, “es que he quedado con mi novia en Los Arcos”, parece excusarse, justo cuando le suena el móvil: es ella, desde Logroño, recibe instrucciones de nuestro amigo para llegar a Los Arcos. Nos parecen muy precisas las indicaciones dadas, en menos de media hora debería estar llegando.

Atravesamos el pueblo, que es alargado y estrecho, hasta la Plaza del Coso, donde está nuestro Hotel, el Mónaco.

Mientras Pilar toma una ducha y descansa un rato, yo voy al albergue a sellar las credenciales: ojo, al de verdad, porque hay dos albergues privados que en su afán competitivo llegan a despistar a los peregrinos. Esto será corriente hasta llegar a Santiago. De camino veo al amigo tarraconense, desgañitado, al teléfono, “que no mujer, que no es esa nacional… ¡que no, leche!…¡¿pero dónde estás?!” A la vuelta seguirá en las mismas, pero con la paciencia agotada. No sabremos si llegó a Los Arcos, nada más supimos de él ni de ella.

Están en el albergue tomando el Sol Leo y Sergin, y Elga, y los canarios, doloridos, Antonio tiene una rodilla mal, María sufre por unas feas ampollas, le recomiendo que las rompa, desinfecte y cubra con esparadrapo, pero algunas están en sitios complicados, el esparadrapo se despegará rápido. Están abatidos, no saben cuánto podrán seguir; me apena verlos así, no quiero ni pensar en cómo me sentiría yo en su lugar.

De vuelta, y tras una eterna ducha, me siento en la terraza del hotel a tomar una cerveza helada y a escribir las notas del día; en la mesa adyacente están los sprinters sin macuto que nos adelantaron llegando al pueblo; sacan medias de velocidad y comparan la precisión de sus podómetros. Al poco llegan tres compañeros de estos dos primeros, van todos muy de boutique, pareciera que vienen de atracar Panamá Jack, con muchos pins en sus sombreros y boinas y con botas muy profesionales. Los que llegaron primero se mofan de la diferencia que han sacado a los demás, que entran al trapo y se quejan de tirones y distensiones. Yo me lo paso pipa viendo todo esto. Al punto llegan, conduciendo, las esposas de los andariegos, con lo que totalizan diez personas. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, abren los maleteros de los coches de apoyo y sacan las viandas, arramblan con dos mesas más y se montan la merendola allí, en la terraza del hotel. La camarera les mira mal y ellos se indignan, se enojan con el servicio, “señorita, es que debería darse cuenta de la paliza a andar que nos hemos dado hoy”, exigen bula peregrina… exigen, exigen. Me sonroja, qué vergüenza ser peregrino viendo esta escena. Baja Pilar y nos vamos a dar una vuelta, allí se quedan los globeros montando un escándalo a cuenta de su sufrir. Al poco los veremos entrar en sus coches y marcharse ruidosamente; esperamos que al menos no intenten dormir de gorra en el refugio. Definitivamente, han empezado las vacaciones de Semana Santa.

Queremos ver la Iglesia de Santa María, esperamos que termine el funeral que se oficia en su interior y ya sí entramos. Impresionante. No hay un palmo de pared o techo que no esté ornamentado, impresionante el claustro, impresionante el coro, todo impresionante. Ayudo al sacristán y a cuatro feligresas a mover los bancos; mañana es Domingo de Ramos y hay que dejar sitio para que los pasos, preparados y dispuestos ya en la galería del claustro, puedan salir por la puerta principal de la iglesia.

Cenamos pronto, en el mismo hotel Mónaco, de nuevo la RAI, esta vez son pocos y no están los divos andarines. Los veremos al día siguiente, cuando bajen a desayunar en pijama y batín.

A las nueve y media estamos en la cama. Mañana será un día exigente.

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