martes, 1 de mayo de 2007

VUELVE LA NATURALEZA

ETAPA 21. VILLAVANTE – ASTORGA

Villavante – Hospital de Órbigo – Villares de Órbigo – Santibáñez de Valdeiglesias – San Justo de la Vega – Astorga

19 de abril. 20,5 km.

Quedan: 274,7 km.

La mañana tiene sabor a anoche; frío, mucho frío incluso dentro de la cama de la habitación del hostal de Hospital de Órbigo. El descanso ha sido muy reparador, por la pequeña argucia de terminar ayer donde el páramo ofrece su gesto más vengativo pero dormir aquí, que es el sitio donde tanta agresividad estos días sufrida sabemos que termina, aunque ni aquí terminemos ni, como se sabe, empezamos.

Así las cosas, y vista la paliza de ayer, nos imponemos un buen desayuno, e invitamos a Isaías, el taxista, a un café antes de ir –retroceder– a Villavante: espléndida paradoja que hoy nos regalan, a partes iguales, la toponimia y el agotamiento extremo de ayer; en caso contrario habría quizás de llamarse este sitio Villatrás, o BackCity o algo así. Tiene gracia, avanzar retrocediendo y hacerlo desde Villa Avante.

Parece mentira que después de haber descansado como Dios manda, este pueblo (Villavante), que ayer nos pareció un ciudad grande, se nos muestre ahora como lo que es: un poco más que aldea, un mucho menos que pueblo… a la sombra de Puente y Hospital, lógico, como Puente y Hospital están a la sombra del puente, y el mismo Puente y su soberbia construcción son meros rehenes de la Historia, o, mejor, de su leyenda.

Macutos a la espalda, bordones en mano, forros calados hasta la barbilla, y a recuperar los deberes que ayer dejamos pendientes. Tenemos casi el mismo viento, pero mucho más frío, y el embate de las rachas es miles de alfileres en nuestros rostros ateridos. Cuando me pongo el gorro ya es tarde, las orejas arden bajo unos sabañones que no recuerdo haber criado ayer. Durarán días; temí perder las orejas.

Sin embargo, los cuatro kilómetros y pico entre Villavante y Hospital de Órbigo se nos hacen más que cortos y un poco más que breves, sin duda arrastramos la aprensión por el castigo de ayer. Entrando en este pueblo en el que hemos dormido y que supone la vuelta a la naturaleza jacobea vemos una larga fila de peregrinos por la carretera, procedentes de la ruta oficial (la marcada en las guías), conducidos desde Villadangos del Páramo, sitio, por su parte, de estigmática fealdad.

Coincidimos en el cruce de su Camino con el Nuestro con cuatro peregrinos (dos chicos, dos chicas) que vienen muy limpitos y animosos, desde León andan, dicen, y van enfundados en trajes de lluvia y arrastran pesados macutos; nos saludamos con ilusión.

Nos iremos viendo estos días, y nos alegrará muchísimo verlos después en Santiago. Detectamos en su ímpetu, alegría y fuerza nuestras almas peregrinas de hace veintiún días –¡qué eternidad!–, con la incertidumbre que ahora es certeza, la misma certeza que intuimos tras la incertidumbre de nuestros compañeros andaluces de hoy.

Embocamos juntos la entrada al Puente, pero los dejamos que se adelanten, queremos pasar Pilar y yo solos. Quiero pisar cada piedra, deseo paladear el momento jacobeo, porque millones de pies como los nuestros antes anduvieron por estas mismas piedras, así, igual de la misma manera en que lo hicieron en otros puentes, como el de Puente La Reina, o Puente Fitero, o bajo el arco de San Antón, entrando a Castrojeriz… o en Tierra de Campos, en la llanura, bajo el Sol; o en el Pirineo, y también, claro, en la ondulada Rioja… en mil sitios, mil cielos, que son un sólo sitio, un sólo Cielo, este mismo de ahora aquí, en estas piedras sobre el río Órbigo... Ahora hay que cruzar. Astorga espera. Y, por supuesto, un cocido maragato. Es de ley.

El páramo que tanto nos ha hecho sufrir termina. Y, al terminar, vemos que tras la paliza somos más fuertes y ya casi no tememos nada. No lo echaremos de menos; pero quedará esculpido en mi memoria como alguna clase de lección que espero algún día poder comprender, y otro día, acaso tan lejano que ya ni siquiera andar logre, descifrar. Se desvanece la idea, nadie querría saber tanto: ¿es que a alguien le importa saber? No, lo que todo el mundo quiere es información, no sabiduría; como si fuese lo mismo. Que todo esto venga a cuento del páramo no parece sino el hilo del que tirar para deshacer la madeja de su mensaje, al menos para mí, poco ducho en desciframientos y significaciones.

La naturaleza nos hace sentir muy vivos otra vez, y percibimos que sin estos paréntesis de páramo, asfalto y humo quizás no la apreciáramos tanto. Aprecio, tal que si fuera un precio, o dígase peaje… pero carajo, ya teníamos ganas de que aquello pudiera dejar paso a lo de ahora, mucho más andable, amable; querible, en definitiva, que en el entender del peregrino es lo mismo, y por eso mismísimo me cuesta tanto explicarlo, me enerva tener que buscar las palabras, y me desquicia que las palabras sean lo único que tengo para poder intentar transmitirte todo esto. Y casi me enfado, pero como no tengo por qué ni con quién lo dejo correr y concluyo que si quieres ser capaz de entenderlo me lo preguntes con un vaso de buen vino en la mano y, si no lo ves claro aún con tan tentadora oferta, pues nada, lánzate a esta senda y luego me lo cuentas tú, que quizás entre los dos sepamos combinar lo que vivimos con lo que decimos, y podamos acoplar el sentimiento con el relato.

Amenizan siempre estos silogismos el andar de hoy, que nos lleva de lo paramero a lo maragato y más allá, luego, a El Bierzo, que enseguida alcanzaremos, y que no es sino el hermano pequeño pero a destiempo, malcriado, déspota, encantador… el tirano reyezuelo de la casa, que lo mismo te mece que te pisotea: esto es El Bierzo… es la vitalidad del Camino, es vino, es oasis, Es sentir por fin que la vida te quiere el doble de lo que a ella correspondes. Se agradece, por fin, por fin, por fin…

Entre suaves lomas y bosquecillos de robles transcurre la mañana de hoy, después de habernos mojado bastante por causa de un aspersor gigante que está regando un campo de remolacha y cuyo chorro nos pilla por la espalda; como hace Sol, y viene este desde detrás, nos secamos rápido y nos reímos al comprobar que unos lugareños que han contemplado la escena a distancia prudencial se desternillan. Qué simpáticos.

La sierrecita que hoy atravesamos es el límite natural de la Maragatería, y ya desde lo alto, desde el Crucero de Santo Toribio, saludamos a Astorga; y el panorama advierte al peregrino de la importancia de esta romana villa en la realidad jacobea, ahora y muchísimo más hace unos cuantos siglos, y antes también del nacimiento del Camino.

El descenso hasta San Justo de la Vega, último pueblo antes del fin de etapa, es pronunciado; allí paramos para tomar un vino, poco tiempo, nos apremiamos porque no queremos perdonar el cocido, y para ello hay que llegar antes de que los restauradores astorganos apaguen sus fogones. Apenas tres kilómetros y medio después estamos sentándonos delante de nuestro maragato guiso. Parece mentira que un hecho tan trivial como la comida del mediodía pueda emocionarnos tanto. Esto delata nuestra sin par condición tripera.

Disfrutamos el ágape como si fuera la última comida de la vida, como si el Camino terminase aquí, en Astorga y nosotros nos sintiéramos orgullosos de haber finalizado el periplo y nos premiáramos de modo acorde al esfuerzo realizado: tal es la calidad (y cantidad) de la olla ingerida; acábese el mundo, ya nos hemos comido nuestro cocido maragato.

A los postres, el dueño nos acerca un libro de firmas, que ofrecen a los peregrinos que aquí entran a comer. Cumplido el trámite de la dedicatoria, nos desplazamos pesadamente hasta nuestro hotel, situado frente al Palacio Episcopal y a la Catedral.

La siesta es hoy más que imprescindible; traemos, amén de un pantagruélico cocido, la paliza de los ya enumerados sufrimientos de las jornadas previas, y aquí, en este lugar, una vez superadas, el descanso es más descanso.

Paseo, fotos y mantecadas, que son buenas porque son de aquí. Luego me quedo un rato escribiendo en el bar, y veo un grupo numeroso que mañana emprenderá Camino. También hay muchos militares; pensé en un principio que eran también peregrinos, pero no. Mañana averiguaremos el motivo de tan numerosa presencia de efectivos uniformados. Hay, también, donde tomo un vino y esto escribo, un hombre al que conozco de vista de mi pueblo, un fantasmón de barra de bar que aquí ejerce de tal con autoridad y sobradísima autoestima ante el auditorio que tiene la osadía de acercarse a él. Amaga efusivo saludo hacia mi persona y me hago el loco. ¿Qué hará este aquí?

Nos acostamos casi sin cenar por razón de lo que se ha mencionado del almuerzo; felices lo hacemos por haber recuperado el Camino que queremos pero también reflexivos por lo andado y vivido desde que pusimos el pie en la provincia de León hasta aquí; y, digo yo, que si León nos ha dado lo más fatigoso y desesperante deba, en justicia, ofrecernos, aunque sea por contraste, lo más maravilloso que andarse pueda.

Mañana dormiremos a las puertas de El Bierzo; después, todo empezará a saber a recta final.

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