jueves, 3 de mayo de 2007

CASTILLA ASOMA

ETAPA 7. LOGROÑO – NAJERA

Logroño - Parque de la Grajera – Navarrete – Nájera

5 de abril. 29 km.

Quedan: 610,0 km.



La respetable distancia que hoy nos prepara el Apóstol se hace asequible salvo por los tres o cuatro últimos kilómetros, y no tanto por lo ya andado sino por la dureza visual del entorno a la llegada a Nájera que, a la postre y tras sufrir sus prolegómenos, resulta ser una bella localidad.

Muchas cosas bonitas y misteriosas nos reserva esta jornada tan peregrina: incluye este día una gran urbe (Logroño, de donde salimos) y algunos lugares muy señalados, como las ruinas del hospital de Peregrinos de San Juan de Arce, justo antes de entrar en Navarrete, y el Alto de San Antón. El paisaje será hoy muy riojano, rojo el suelo como el vino que produce, muy azul el cielo y un horizonte ondulado que contribuye a que nuestro andar sea feliz. Además, el día amanece despejado, la temperatura es buena y corre brisa.

Desayunamos con fundamento en el hotel, salimos enseguida y caminamos para recuperar el trazado jacobeo que nos llevará, en primer término, al Parque de la Grajera, pero antes compramos comida y agua.

Un gran bulevar es el Camino de Santiago en la salida de la capital riojana y hoy sí, hoy hay muchísimos peregrinos aprovechando la Semana Santa para dar una buena andada; confluimos todos en esta avenida desde calles interiores y sombrías. Nos detenemos un instante y miramos, nos gusta ver a los peregrinos surgiendo por doquier de calles, callejas y plazuelas, andando con paso firme y rápido en estos primeros metros de la etapa de hoy. Para nosotros es la séptima etapa; para la mayoría de quienes estamos viendo andar, es la primera, empezaron hoy. Nuestra modestia peregrina y nuestra corta aunque intensa experiencia andariega nos recuerdan que no son momentos para ir deprisa, hay mucho por delante aún, y dejamos a los demás con sus carreras, y mientras esto decidimos ya estamos todos, los rápidos y los lentos, enfilando los andaderos del Parque de la Grajera. Son grandes sendas de cemento utilizadas por los logroñeses para sus paseos matutinos.

Vemos muchos grupos de señoras en chándal caminando a buen ritmo y hablando por los codos a la vez; a corredores, a ciclistas… Debería llamarse esta senda “Avenida del Colesterol”. Llegan al final del caminillo y vuelven. Y así varias veces hasta completar la distancia prescrita por el médico de cabecera. Ya se sabe: azúcar, triglicéridos y osteoporosis son los peajes de la vida moderna y acomodada cuando se supera la cincuentena.

Desde el Alto de la Grajera se ve el pantano artificial, los andaderos de cemento, las señoras, como puntitos, caminando arriba y abajo; y se ven también carreteras y autovías. Este parque natural que es artificial (¿cómo algo natural puede ser artificial?) dota a Logroño de un entorno arbolado de esparcimiento para todos los vecinos, pero al peregrino le resulta un tanto forzado considerarlo como “paraje de alto valor ecológico” después de lo visto y disfrutado hasta llegar aquí. En todo caso, nos gusta, y, días más tarde, lo echaremos de menos, en los alrededores de capitales como Burgos o León.

Decidimos tomar una coca-cola en la cafetería de una gasolinera que vemos junto a la autovía, ya en el descenso desde la Grajera a Navarrete, pero finalmente no lo haremos porque está a la mano contraria de la carretera, no se puede llegar si no es cruzando los cuatro carriles saturados de tráfico. Imposible. Aguantaremos hasta Navarrete, ya no paramos, o sea que nos atizamos casi trece kilómetros sin avituallar.

Justo antes de entrar en Navarrete empiezan a pasar ciclistas. Ni hola ni adiós ni buen Camino ni Cristo que lo fundó. Pasan cuatro a toda leche, vienen gritando desde detrás “¡fuera!”. Nos apartamos y siguen. Cuando estamos viendo las ruinas del Hospital de Peregrinos de San Juan nos piden que les hagamos una foto. Con mucho gusto.

Atestado de gente está el primer bar que nos encontramos desde que salimos de Logroño hace cuatro horas. Estratégico lugar, todos pasamos por caja.

Tomamos sendos refrescos y frutos secos. Junto a nosotros, en la mesa de al lado, dos ciclistas “de circunstancia” se están zampando unos bocadillos de tortilla con chorizo como ases de bastos, charlamos un rato con ellos, justo el tiempo en que nosotros terminamos las avellanas y ellos sus bocatas. Salieron ayer de Roncesvalles y durmieron en Pamplona, y hoy su coche de apoyo (me hace gracia el término, suena muy profesional) los ha desplazado hasta Logroño, desde donde han reemprendido la peregrinación. Esto (“claro está”), no se lo han dicho al hospitalero del albergue donde han sellado la credencial, porque si se entera de que se saltan las etapas no podrán obtener la “Compostelana” cuando lleguen a Santiago.

Lo confiesan en voz baja, mirando soterradamente a un lado y a otro, no sea que alguien se chive y se topen con la policía al final del Camino, en Santiago, para detenerlos por fraude. Les decimos que pueden saltarse las etapas que quieran, pero que para obtener la Compostela deben pedalear como mínimo doscientos kilómetros seguidos. “Por eso –dice– engañamos a los de los albergues, y con lo de hoy ya podemos coger el coche hasta Santiago para que nos den la Compostela y premiarnos con una mariscada”; el guiño que acompaña esta secretísima revelación trata de hacernos sentir cómplices. “Qué dura es la vida del peregrino”, les digo, “buffff, sí –concede–, y mucho más en bici”, remacha con solemnidad y científico convencimiento.

Estos ciclistas acaban de revelarnos cuál es el valor de una Compostela.

Salen pitando, se despiden con afecto, parece que les hemos caído bien, han debido de percibir simpatía por nuestra parte, sólo por haberlos escuchado sin reprobar su actitud; líbrenos Santiago. A nosotros nos resbala, esa es la verdad, cada cuál que haga lo que quiera, incluso hacerse trampas jugando al solitario.

Llega Sergin, se sienta en ratito con nosotros antes de salir escopetado. Los peregrinos hacen fotos a su carrito, “mucha gente hoy”, dice, “mucha”, asentimos.

Ocupan la mesa que dejaron libre los ciclistas de la “Compostela fraudulenta” un grupo de cinco jóvenes con un hombre muy mayor pero correoso y curtido, empezaron el Camino esta mañana en Logroño y discuten acaloradamente si hoy avanzarán hasta Santo Domingo de la Calzada, o sea, cincuenta kilómetros, o andarán hasta Nájera. Finalmente, tras breve debate, hallan unánime coincidencia en dar por terminada la etapa y pernoctar en el albergue que aquí hay, que es muy bueno; los cincuenta kilómetros planeados se han quedado en trece.

Aquí no nos queda ya más que hacer, adiós Navarrete, conservadísima villa medieval y paraíso de la alfarería, seguimos, queremos Camino y un poco de soledad si es posible.

Enseguida acaban calles y carreteras y ya estamos de nuevo en las onduladas lomas riojanas no tan solos como deseamos, pero al menos sin necesidad de conversar con nadie.

Dejamos a nuestra izquierda Ventosa y nos paramos un ratito, hace mucho calor, nos descalzamos, allí en una minúscula sombra estamos y nos pasa Sergin, a quien habíamos adelantado hace un rato, su saludo sí es cómplice. Es el único peregrino que nos queda de los que salimos de Roncesvalles. Pasa también Leo, se queda un ratito hablando con nosotros, le preguntamos por María y Antonio, los canarios que dejamos resentidos de pies y rodillas en el albergue de Los Arcos. Se quedaron en Logroño al menos un día más, para ir al hospital; posiblemente luego tomen un autobús. No los volvimos a ver, pero nos acordamos de ellos todos los días de nuestro andar peregrino, deseando que mejoraran y pudieran continuar.

Qué bonita la subida a San Antón, allí arriba paramos a comer, en la salvadora frondosidad de la sombra de unos robles, que en otros tiempos debió de ser abrigo de bandidos; al fondo ya vemos Nájera.

La aproximación a Nájera resulta fea, hay industrias, fábricas de áridos, harineras… y en el muro de una de estas industrias, quizás como compensación, hay escrito algo, que luego veremos reproducido otras veces, a modo de himno jacobeo:


Polvo, barro, Sol y lluvia
es Camino de Santiago.
Millones de peregrinos
y más de un millón de años.

Peregrino, ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

Ni el Campo de las Estrellas,
ni las grandes Catedrales.
No es la bravura Navarra,
ni el vino de los riojanos,
ni los campos castellanos,
ni los mariscos gallegos,
ni las gentes del camino,
ni las costumbres rurales.

No es la historia y la cultura,
ni el gallo de la Calzada,
ni el palacio de Gaudí,
ni el Castillo de Ponferrada.

Todo lo veo pasar
y es un gozo verlo todo,
más la voz que a mí me llama
la siento mucho más hondo.

Peregrino, ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

La fuerza que a mí me empuja,
la fuerza que a mí me atrae,
no sé explicarlo ni yo
¡sólo El de Arriba lo sabe!

Lo firma un tal “E.G.B.” Volví a leer este poema en Santiago, repasando mis notas, y llegué a la conclusión de que, aunque parezca sencillo, es un texto lleno de misterio que sólo pueden entender los peregrinos, porque, en efecto, no saben cuál es esa fuerza, pero la sienten en cada célula del cuerpo y en el impulso del alma; no sé que es, pero todo lo que soy, todo lo que he vivido, aprendido y sentido me obligaba a andar; y, como E.G.B., tampoco yo puedo resolver la cuestión.

Entrando ya en el casco urbano de Nájera, otra tapia recibe a los caminantes con la siguiente sentencia: “Peregrino, en Nájera, najerino”. Pues najerinos somos al menos hoy, sea.

Se hace pesado llegar al centro de Nájera, donde está su casco antiguo y nuestro hostal. Después de la preceptiva ducha, masaje y descanso, salimos a dar un paseo. Vamos al albergue a sellar las credenciales, y allí nos quedamos un rato charlando con los hospitaleros, que son muy majos.

Nos quedamos con las ganas de ver la Iglesia de Santa María la Real. Está cerrada.

Vamos después a comprar algunas cosas: calcetines, en una mercería cuya anciana dependienta nos asegura que el día menos pensado se lía la manta a la cabeza y se lanza al Camino; y una crema solar para la cara con mucha protección, en la farmacia. Allí estamos cuando entra un cliente que debe de ser amigo del farmacéutico, tose perrunamente; le dice el boticario “te voy a dar un jarabe expectorante, pero no te lo tomes de un trago, que esto tiene alcohol y tú eres muy borracho”. Nuestra carcajada aún retumba en las callejuelas najerinas, pero ni el farmacéutico ni el tosedor alcohólico parecen comprender a qué tanta risa.

Recogemos unos carretes que hemos dejado revelando y que mañana enviaremos por correo antes de partir, cenamos pronto y deliciosamente en un bar del pueblo huevos fritos con lomo y una botella de cosechero; a las 21,30 estamos roncando como hipopótamos.

Nos apetece mucho la etapa de mañana. Llegaremos a Santo Domingo de la Calzada.

Santo Domingo, amigo de los peregrinos, vela nuestros sueños.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa misma etapa la hice yo en mi primera semana de Camino Camino, vamos de Camino con mochila y bordón. El primer paso que dí ese día fue muy impresionante e importante para mi porque bastó ese primer paso para saber que algún día voy a hacer el Camino entero. No sé porqué, no sé que tiene, sólo sé que te llama y te llama y una vez que estás allí, el Camino entra dentro de ti. Se siente una emoción muy grande.

Enhorabuena por este relato porque este relato transmite tanto que dan ganas instantáneas de colgarse la mochila, calzarse las zapatillas y coger el bordón rumbo a Santiago.

Blogegrino dijo...

Primegrina, qué bien lo has descrito... has necesitado sólo dos párrafos para conseguir algo que yo no he logrado en doscientos folios!!!

"te llama, te llama....".

Es así. Buen Camino!!