martes, 1 de mayo de 2007

ARRIBA Y ABAJO

JORNADA 29. PALAS DE REI - ARZUA

Palas de Rei – Casanova – Leboreiro – Furelos – Melide – Boente – Castañeda – Ribadiso da Baixo – Arzúa
27 de abril. 28,7 km.
Quedan: 68,1 km.

Nos levantamos sin prisas, tratando de engañar a nuestra excitación, y también despacio desayunamos. Todo el buffet del hotel para nosotros, así que no dejamos pasar la ocasión.

Es muy de día cuando ponemos los pies en la calle y noto que no ando bien. Es porque mis botas amenazan con romperse antes de llegar a Compostela: las punteras se descosen y el guarnecido interior está hecho jirones. Me descalzo y trato de apañar el interior de las botas, lo que consigo a medias, pero al menos puedo seguir andando sin demasiados problemas.
La salida de Palas de Rei es un tanto extraña; el Camino serpentea alrededor de la carretera general, la cruza en varios tramos y nos obliga a dar constantes e innecesarios rodeos. Lo lógico es seguir por el arcén hasta que el Camino se separa definitivamente del asfalto, pero claro, de esto nos damos cuenta después de haber hecho el primo y zigzaguear como ratones en un laberinto a la búsqueda del queso.

Hoy dejamos Lugo y entramos en La Coruña, y todo lo que vemos, todo lo que (nos) sucede, dice que llega el final.
Pasamos por tupidísimas corredoiras, y vamos muy tranquilos, hay poca gente, y no entendemos cómo es posible tanta irregularidad en la afluencia de peregrinos. Aún hoy no hemos descifrado el enigma, pero lo cierto es que lo mismo andamos solos como formando parte de una marea en la que nos sentimos como boquerones en pleno frenesí migratorio. Tocamos madera. Que dure esta tranquilidad de ahora.

Entramos a tomar café en un coqueto albergue privado el tiempo justo para que empiece a pasar gente, pero es una falsa alarma, era un grupo de unos diez a la carrera, en pos de litera en Arzúa. Salimos enseguida, y caminamos por una corredoira que no deja pasar la luz del Sol. El suelo está alfombrado de hojas secas, es como andar sobre un edredón, y tantas hojas hay que muchos animales de este campo se esconden y protegen bajo ellas, y tal hace una culebra que es pisada por Pilar y que encara la involuntaria agresión con la boca bien abierta y los afilados colmillos preparados para el ataque. Un ataque es casi lo que le da a Pilar al ver al pequeño ofidio en tan hostil actitud. Susto, un ratito de llanto y ya pasó.

Furelos es como un pueblo satélite de Melide, y tiene un puente muy bonito, muy jacobeo, hacia días que no veíamos uno tan de este estilo peregrino, y ya estamos enfilando la calle principal de Melide, donde pararemos a almorzar, lo que hacemos, muy abundantemente, en un mesón del centro.

Nos perdemos a la salida de Melide y tenemos que retroceder, y justo cuando retomamos el camino bueno nos adelanta una pareja en bici. Él parece más preparado, y va delante; ella no cesa de despotricar, “qué se me ha perdido aquí”, y apenas puede con una leve cuesta arriba. La ayudo empujándola y mientras esto hago pone verde a su marido por haberla “engañado” para venir, que esto de la bici es muy duro. Desde luego lo está pasando mal.

Abajo y arriba, arriba y abajo, inmensos bosques de eucaliptos y pinos alfombran estos cerros y aquellos valles, y es agradable el entorno, pero la etapa se está poniendo un poco dura con tanta subida y tanta bajada. Descansamos un ratito a la vera de un río, fuera calzado y fuera calcetines, nos apetece refrescarnos los pies en sus aguas claras y muy frías y toca de nuevo ponernos en marcha, que lo que se impone es llegar a Santiago de Compostela.

A estas alturas las fuerzas aparecen no se sabe de dónde, las ganas de andar son grandes y avanzar se convierte en una tarea placentera después de casi ochocientos kilómetros, un mes, y sol, nieve, viento, lluvia, cielo, suelo, y sufrimiento, y gozo, y muchas preguntas y algunas respuestas.

Una respuesta más hallamos en Boente, entramos a su pequeña iglesia y hay un sello, pues sellamos, y tiene allí el párroco en un corcho el poema firmado por E.G.B. en la entrada a Nájera. Tiene mucho sentido ese poema, ya se dijo, pero tiene mucho más cuando estamos tan cerca de Santiago… Peregrino, ¿quién te llama? ¿qué fuerza oculta te atrae?…Sigo sin saberlo hoy aquí en Boente, pero sé que estar hoy aquí en Boente tiene todo el sentido, toda la lógica del mundo.

Más sube y baja, hasta la última bajada, que es muy pronunciada y lleva hasta Ribadiso da Baixo, o sea, a la vera del Iso, y abajo, porque arriba está Arzúa. En la misma orilla del Iso hay un albergue muy apetecible, con acceso directo al río por unas escaleritas y un pequeño pantalán; la construcción es rústica y tiene como jardín toda la exuberancia de este bosque y de sus praderas. Hay muchos peregrinos allí, descansan muy a gusto.

Si la última bajada nos llevó hasta este río, la última subida, importante después de casi treinta kilómetros de toboganes, lleva al final de la etapa.

Arzúa es un pueblo grande, o eso nos parece, al tener que recorrerlo de punta a punta, puesto que nuestro hostal está en la salida, junto a la carretera. Antes, pasamos por el albergue para sellar las credenciales. Nos pregunta la hospitalera si nos pensamos quedar a dormir, “porque está lleno”, no, nosotros no, pero nos miramos sin terminar de comprender de dónde han salido tantos peregrinos para llenar el albergue. Andando, desde luego, apenas hemos visto hoy un puñado, lo que nada quiere decir ni insinuar, tan solo patentiza nuestra perplejidad.

Media hora adicional toma la llegada al hostal, y después de una larga ducha y masaje del ambulacral, bajamos al bar a tomar algo y a escribir. No es gran cosa el establecimiento, pero no nos apetece volver al pueblo. Mientras consumimos y escribimos aparecen Natalie y Jean Michel, han elegido también este sitio para dormir, y cenamos juntos allí mismo.
Mañana andaremos hasta Labacolla, a sólo diez kilómetros de Santiago. Mañana dormiremos a las puertas del cielo.

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