martes, 1 de mayo de 2007

ESTO SE ACABA...

ETAPA 30. ARZUA - LABACOLLA

Arzúa – Salceda – Santa Irene – Rúa – Pedrouzo - Labacolla
28 de abril. 29,3 km.
Quedan: 39,5 km.

Aunque mañana andaremos el que realmente será último tramo de nuestro primer Camino de Santiago, es tan de trámite, tan corto, que esto de hoy es ya casi casi el final. No queremos reservar para mañana el ritual de “última vez”; nos sale hacerlo hoy, El espejo me lo dice mientras me lavo los dientes, y me sonrío a mí mismo porque lo hemos logrado (casi). Empleo mucho tiempo en aplicarme la vaselina en los pies, mucho más tiempo del habitual, los acaricio y rindo el tributo que les debo, el masaje es intenso y noto en mis manos que los protagonistas son ellos, no ellas. Me visto despacio, abro la ventana y dejo que entre el aire muy frío, casi helado, de esta mañana de 28 de abril, qué lejos está el 29 de marzo, la espera bajo la nieve, la llegada a Pamplona, el silencio de Roncesvalles y todas las incertidumbres amartillándonos como peregrinos novatos, qué lejos, qué lejos, Dios mío, treinta días que han sido treinta vidas, y otra vez lo veo, se lo debo a mis pies, y se lo digo mientras me calzo por penúltima vez estas botas destrozadas que han recorrido España desde los Pirineos hasta aquí, botas que son las herraduras de este burro tozudo que se empeñó y nadie pudo pararlo, botas ahora ajadas, sucias, descosidas y raídas, con la suela gastada pero preñada de suelo, botas –bendecidas por el Patrón– que me ato, también, despacio, que anudo con amor justo antes de ponerme de pie, de ponerme el macuto, de ponerme de cara a occidente a terminar esto a lo que hemos venido, Dios mío, hazlo posible ahora que lo vemos posible, oración corta y definitiva que nos pone en la calle, botas y pies y nosotros somos un todo, somos Pilar y yo, somos, a fuerza de andar hemos acabado siendo y queremos poder recordarlo para contarlo, pero sabemos que no podremos, y en marcha estamos y por casi última vez nuestro silencio arropa la letanía de lo que te pedimos, Santiago, que bien sabes que nada es para nosotros y que si estamos aquí y hemos sido capaces de llegar es porque lo único que queremos de ti, lo único que merecemos es tu aliento, como nuestras preces tu respuesta.

No hablamos. Andamos, y lo hacemos deprisa. Mi mano busca la suya, la suya busca la mía y se encuentran y así de anudados nos sumergimos en las últimas corredorias, hoy insoportablemente llenas de ruidosísimos peregrinos, decidimos no oírlos y casi sentimos que flotamos, que un hálito sobrenatural nos empuja suavemente, como plumas que se lleva la brisa ligerísima de un atardecer veraniego, avanzamos, avanzamos, avanzamos y estamos ya en Santa Irene, junto a la carretera que hoy nos acompaña, se acumulan los pensamientos, estallan los sentimientos y me suena que todo esto debería estar pasando mañana, pero mañana da igual, sólo queremos que hoy sea hoy, vemos lo que tenemos y agradecemos lo recibido, que es mucho, muchísimo, tanto como eso es lo que nos ha dado el Camino, tanto como saber qué es lo que el Camino da y representa, y no es otra cosa que lo que tú mismo eres, nada más hallarás antes que eso… Camino, espejo mío, que me devuelves lo que soy y me correspondes con tu aliento.

Pasa Pedrouzo y enseguida hay estruendosos rugidos en el cielo, son los aviones que llegan al aeropuerto de Labacolla, que es el de Santiago, andamos junto a la pista y nos quedamos un rato viéndolos despegar, qué prodigios mecánicos, esto se acaba, esto se acaba, esto se acaba, estamos de nuevo en la carretera y poco después junto al río Labacolla, que da nombre a todo esto, río de último (o primer) lavado a los peregrinos de antaño, lava a colla, no es gallego antiguo pero puedes pensar (mal) en su significado y acertarás.

Una rotonda y un enorme monolito en el arcén, una especie de estatua, de escultura, dos metros de alto, y en grandes letras rojas pone: “SANTIAGO”, y esto como que quiere decir que entramos en el término municipal, y no podemos reprimir una lagrimilla por sabernos ya tan cerca, es la lagrimilla, el congojo que toda la mañana llevo anudado a mi garganta, en mi pecho, junto a este corazón que promete ser mejor a partir de ahora, dos lagrimillas en la estatua, la de Pilar y la mía y aquí se impone que nos abracemos y sintamos el torbellino enorme de la llegada que aún no es aunque casi es como estar, pasan por nuestros corazones acelerados los momentos encadenados de estas vacaciones que son andar y han sido estar entre el cielo y el suelo, que si entre el cielo y el suelo hay algo eso somos nosotros dos.

Nos damos el primer lujo, que es dormir en Ruta Jacobea y regalarnos unos percebiños y unas cigaliñas. A los postres aparecen… aparecen Natalie y Jean Michel, también duermen aquí y compartimos nuestro momento de café y orujo con el suyo de arroz con bogavante.

Mañana terminamos, aunque ya nos sabemos allí.

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